16.5.09

Reflexiones sobre civilizaciones extraterrestres

La vida nace de las estrellas. Formamos parte de todo el proceso de creación de una manera mucho más trascendental de lo que nos imaginamos. La materia de que estamos hechos vagó lentamente durante millones de años en el espacio que circundaba al Sol antes de arremolinarse en un planeta pequeño y rocoso, el tercero desde la estrella principal. Con el tiempo, esa materia se vio inmersa en procesos químicos y físicos que le llevaría a constituir la vida. Y, más tarde, la vida tuvo la suerte de transformarse en inteligencia y, aún después, en conciencia y conocimiento. Viendo así la cuestión, no parece demasiado complicado que estos mismos hechos se hayan repetido en otras partes. Al menos, hay bastante seguridad en que los primeros pasos descritos puedan ser habituales en el Cosmos, pero ¿y los últimos?. ¿Es normal encontrar civilizaciones inteligentes y tecnológicas como la nuestra, o somos una especie extraordinariamente insólita?

No se puede responder aún a esta pregunta, lógicamente, dado que no tenemos datos que puedan apoyarla o rebatirla. Debemos especular, por lo tanto, y cuando especulamos entramos en un terreno poco firme, de mucha amplitud y escasa objetividad. Ello ha hecho que los grandes científicos que se hayan ocupado de esta cuestión hayan tenido opiniones muy divergentes, incluso hasta radicalmente opuestas-

Aquí no voy a discutir acerca de si las civilizaciones como la nuestra o más avanzadas son posibles. Daré por sentado que así es, dado que, en mi opinión, pese a que para la aparición de la inteligencia similar a la humana haya sido necesario todo un rosario de hechos casi casuales y arbitrarios, esos mismos hechos vistos desde otro prisma no parecen ser tan fortuitos o accidentales. Es cierto que hay motivos para suponer que un pequeño cambio en la evolución de la vida terrestre habría imposibilitado la inteligencia, pero creo que, más tarde o más temprano, ello hubiera sucedido; tal vez dentro de unos cuantos millones de años, o más, pero con el tiempo habría llegado la inteligencia y, con ella, la consciencia y la tecnología. De modo que supongamos que la inteligencia surge, más o menos espontáneamente, en muchos mundos diferentes a la Tierra, aunque para ello deba transcurrir un enorme periodo de tiempo. Así las cosas, preguntémonos por qué motivo otras civilizaciones no hay llegado a la Tierra y han establecido contacto con nosotros, si resulta que hay tantas y algunas de ellas, por lógica, son más evolucionadas que la nuestra y han desarrollado ya mecanismos e ingenios espaciales para el viaje entre las estrellas.

Antes, sin embargo, detengámonos ante la idea de extrema insignificancia temporal que constituye el ser humano. Es muy utilizado el clásico “calendario cósmico”, que representa, en un año, todo el intervalo de tiempo que abarca desde el inicio del Universo hasta la actualidad. Corresponde, en total, comprimir unos 15.000 millones de años en 365 días. A esa escala, cada 24 días del año equivale a unos mil millones de años de tiempo real, cada día a unos 40 millones de años, y un solo segundo del calendario serían 475 años reales. Según esto, el Big Bang, el origen del universo, sucedió lógicamente el 1 de enero. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, no apareció hasta los primeros días de mayo (figura 1), y el Sol no existió hasta el 9 de septiembre. El planeta Tierra apareció unos días más tarde, y un mes después las primeras formas de vida primitiva nadaban por los recién formados océanos terrestres. Hasta un mes después (15 de noviembre) no hubo células con núcleo, y fueron necesarios otros 30 días más para que los gusanos hiciesen acto de presencia. A partir de entonces cada día del calendario cósmico es importante en la historia de la evolución biológica; el 17 de diciembre aparecen los invertebrados, el 19 los vertebrados, y el 20 los primeros vegetales cubrían el suelo de la Tierra. El 21 de diciembre los insectos se presentan al mundo, y el 23 los dinosaurios comienzan a colonizar el planeta. El día de nochebuena de nuestro calendario marca la aparición de pequeños seres de sangre caliente y cuerpo peludo, los mamíferos. Las aves surgen el 27 de diciembre y la jornada siguiente contempla la extinción de los dinosaurios y la llegada de las flores. El 29 y 30 de diciembre los grandes cetáceos gobiernas los océanos de la Tierra, y los primeros primates aparecen en escena. El último día del año, que recordemos abarca 40 millones de años, es testigo de cambios fundamentales; pero todo ello tendrá lugar en las últimas dos horas del 31 de diciembre; en los primeros minutos de las 22:00 horas aparecen los homínidos, pero sólo a las 23:00 se fabrican las herramientas de piedra que será una de las más primitivas huellas del carácter humano. Sin embargo, el fuego sólo se controlará hacia las 23:46 del 31 de diciembre, y las pinturas rupestres que llenaban las cuevas mediterráneas y del resto de Europa serán una realidad a las 23:59. La agricultura y la aparición de las grandes dinastías tendrán lugar en los primeros segundos de ese último minuto, pero para encontrar la historia escrita debemos avanzar hasta los últimos diez segundos del último minuto del último día del año. Las grandes pirámides de Egipto, por ejemplo, se erigen a las 23:59:51, mientras que el descubrimiento de América se realizará a las 23:59:58. Si queremos abarcar la historia del último siglo de la Humanidad no nos sirven ya los segundos, debemos reducir la escala a centésimas de segundo para conseguirlo. Cuando en 1961 Yuri Gagarin iniciaba la carrera de nuestra especie en el espacio, sólo restaban 5 centésimas de segundo para la medianoche, algo más de 4 cuando el Apollo 17 abandonó la Luna, y poco más de 1 centésima de segundo cuando el Hubble fotografió por primera vez el espacio con su ojo defectuoso.



Figura 1: imagen del centro galáctico, en la dirección de la constelación de Sagitario. Son fácilmente observables las zonas oscuras, llenas de polvo, y multitud de puntos brillantes. Cada uno de ellos es un astro como el Sol. La Galaxia de la Vía Láctea, la nuestra, alberga más de 100.000 millones de estrellas en sus dominios. ((c) 1980 Anglo-Australian Telescope Board, David Malin)

Esta el la historia de la materia, de la vida, y de la Humanidad reducida a un año. Lo más importante de todo ello es, como decíamos, la baladí presencia humana en el calendario cósmico. Resulta que nuestra inteligencia actual sólo ha existido durante el último minuto del 31 de diciembre. Todo el espacio temporal restante está exento de presencia humana tal y como somos ahora; es decir, el 99,9999981% del tiempo total del Universo. Por tanto, la inteligencia verdaderamente humana ocupa una fracción prácticamente despreciable de la existencia del Cosmos, y es posible que, de ser el caso humano un término medio, las restantes civilizaciones estén en una fase de evolución similar a la nuestra. Pero, por supuesto, debe haber otras que estén por delante de nosotros, en materia de tecnología y capacidad de exploración. ¿Por qué no han llegado a la Tierra, pues? ¿Cuánto tiempo necesitaríamos nosotros para empezar nuestras exploraciones del espacio interestelar, al ritmo de evolución seguido en los últimos minutos del calendario cósmico?

Aunque para ello debamos recurrir a la especulación más simple, imaginemos que prosigue nuestra mejora tecnológica mucho más que proporcionalmente al paso del tiempo. Como máximo en dos centésimas de segundo viajaremos a Marte con vuelos tripulados, y será cuestión de un segundo completo para que colonicemos y hagamos nuestro el sistema solar (medio milenio, en realidad). Será necesario mucho más tiempo para llegar a las estrellas, pero si en el futuro descubrimos la manera de viajar hasta ellas de una manera rápida, económica y fiable, entonces tal vez podamos comenzar la exploración interestelar dentro de los próximos 2 o 3 segundos de nuestro calendario cósmico. Obviamente, a medida que las distancias se van agrandando, también se alarga el tiempo necesario para conseguir nuestros objetivos; posiblemente sean indispensables varias horas del calendario si queremos colonizar el brazo espiral de la Galaxia en donde nos hallamos, o incluso más. ¿Y toda la Galaxia? Quizá necesitemos unos 25 días, o un mes entero, quién sabe (más de 1.000 millones de años, en términos reales). Si fuera factible la exploración de otras galaxias ajenas a la nuestra, algo que está más allá de las posibles que podemos imaginar, al menos por el momento, tal vez haría falta medio año cósmico, es decir, unos 8.000 millones de años, la mitad de la edad del Universo actual (figura 2). La visita a las galaxias más remotas del Cosmos podría necesitar el doble o el triple de ese tiempo.



Figura 2: el cúmulo de Hércules, Abell 2151, repleto de galaxias de todos los tipos y tamaños. Situado a la nada despreciable cifra de 360 millones de años luz, si la Humanidad estuviese en condiciones de explorarlo, tal vez serían necesarios varios meses de nuestro calendario cósmico ficticio para hacerlo, es decir, alrededor de 3.000 millones de años, cómo mínimo, suponiendo un avance tecnológico como el que ha sufrido la especie humana en los últimos tiempos. Tal vez podamos llegar hasta el Cúmulo de Hércules más pronto, si se descubren métodos de viajes intergalácticos rápidos y económicos, o tal vez nunca podamos ir hasta allí, por ser las distancias demasiado grandes. (National Optical Astronomy Observatories/N.A. Sharp)

Pero si suponemos que en nuestra Galaxia existen civilizaciones extraterrestres, y si pensamos que nuestros cálculos para explorarla son correctos, serían necesarios como mucho 1.000 millones de años después de la aparición de la inteligencia para que esas civilizaciones iniciasen sus viajes interestelares en busca de otros compañeros cósmicos. En nuestro caso sólo han transcurrido dos millones de años desde la inteligencia humana más primitiva, pero el nuestro es un caso reciente, porque el Sol y la Tierra son cuerpos celestes relativamente jóvenes. Hay otras estrellas más viejas que el Sol que deben tener sus planetas, igualmente viejos, nacidos hace mucho tiempo. Si en esos planetas se desarrolló la inteligencia, nuestros colegas cósmicos estarían en nuestra situación actual hace millones de años, o incluso más. De modo que, pese a que pueda haber civilizaciones contemporáneas a la nuestra, y otras que aún no han aparecido, de igual manera habrá otras más que nos superen en capacidad tecnológica. Ésas son las que nos interesan ahora. ¿Por qué, si han tenido en tiempo suficiente para explorar vastos territorios del Universo (figura 3), no nos han visitado aún?



Figura 3: distribución en el espacio de 2 millones de galaxias. Cada uno de los puntos grumosos corresponde a una galaxia individual, que contendrá unos 100.000 millones de estrellas por término medio. Si suponemos que sólo un 0,00005% de esas estrellas tiene planetas con vida inteligente como la nuestra, resulta que esta panorámica del Cosmos puede estar albergando 100.000.000.000 (cien mil millones) de civilizaciones tecnológicas. Y ello pese a que los 2 millones de galaxias son una cifra insignificante con la cantidad total de galaxias que hay en el Universo conocido. (Dept. of Astrophysics, University of Oxford)

Es evidente que puede haber muchas civilizaciones tecnológicas, o puede igualmente que haya muy pocas, depende de las suposiciones que hagamos. La famosa ‘Ecuación Drake’ nos ayuda a clarificar el número hipotético de ellas en base a los valores que demos a los diferentes factores de la ecuación. Si elegimos valores optimistas, obtendremos una cifra muy alta de civilizaciones, si por el contrario somos más pesimistas, la cifra será más bien pequeña. No entraremos a describir esta ecuación porque tal vez lo hagamos en otro artículo, pero supongamos, de nuevo, unos valores medios para los factores que integran la ecuación, dando por supuesto que nos interesa saber no sólo el número de civilizaciones que puede haber, sino en concreto aquellas que puedan estar más evolucionadas que la nuestra. Para ello, modificaremos un poco los valores que daremos a los factores como el número de estrellas de la galaxia (menor del actual, por lógica, ya que nos interesan sólo las estrellas más viejas que el Sol), la proporción de estrellas simples de tipo solar (también menor, por idéntico motivo) y el porcentaje de estrellas que pueden tener sistemas planetarios (menor igualmente porque tratamos tiempos en donde la cantidad de gas en la galaxia era inferior al actual). A los demás factores les daremos valores corrientes. El resultado no es demasiado esperanzador: 280 civilizaciones tecnológicas en la Vía Láctea en este momento superiores a la nuestra. Aunque el número parezca elevado, la Galaxia es muy grande.

Y ello pese a que he considerado los valores más optimistas posibles; un cálculo pesimista arrojaba el triste resultado de una sola civilización tecnológica. Una sola superior a la nuestra en toda la inmensidad de la Galaxia. Si fuera cierto, no sería en absoluto extraño que no nos hubiesen visitado hasta hoy.
Pero si aceptamos el número, totalmente hipotético y especulativo, por supuesto, de 280 mundos habitados con inteligencia y capacidad tecnológica, entonces ¿por qué no han sido capaces de llegar hasta la Tierra?

Dejando aparte la cuestión de los OVNI’s, que aunque sean objetos voladores no identificados no por ello son naves extraterrestres, y suponiendo que no representan la evidencia de visitas de seres de otros mundos, hay muchos motivos por lo que no han contactado con los seres humanos.

En primer lugar, en la ecuación hemos de tener muy en cuenta también un factor sumamente arbitrario, el tiempo que una civilización tecnológica se mantiene estable en un planeta habitable, es decir, la supervivencia de esa civilización. Si miramos nuestro ejemplo, ese tiempo podría resultar ser muy corto (vistos los acontecimientos del pasado siglo y viendo por donde van en el actual), pero tampoco debemos extrapolar nuestro caso al Cosmos restante. Tal vez las civilizaciones tecnológicas no sean tan bélicas y destructivas como nosotros, y puedan perdurar mucho tiempo en armonía y prosperidad en su mundo, explorando el espacio interestelar para beneficio de su cultura y de sus generaciones futuras. Para el cálculo, he supuesto unos 15.000 años de supervivencia para una civilización cualquiera. Si somos optimistas, podemos elegir un valor más alto, digamos de 30.000 años, y así el número de civilizaciones se duplica hasta casi las 600 en la Vía Láctea. Si por el contrario tenemos pocas esperanzas en la perdurabilidad de las inteligencias tecnológicas, entonces redujamos el valor hasta un décimo del valor original, unos 1.500 años; ello sugiere sólo 30 civilizaciones tecnológicas superiores a la nuestra en todo el espacio galáctico. Teniendo en cuenta que en la actualidad la Vía Láctea alberga unos 200.000 millones de estrellas, y un 30% son como el Sol, también resulta comprensible que, si son tan pocos mundos avanzados, aún no hayan dado con nuestra cultura.

Pero volvamos a un tiempo de supervivencia de 15.000 años. ¿Es un tiempo razonable para que las civilizaciones superen barreras físicas y encuentren las maneras idóneas de viajar por el espacio sin las ataduras que, por ejemplo, suponen hoy para nosotros, que necesitaríamos dos años sólo para ir y volver a Marte, una distancia ridícula en comparación con la que nos separa de incluso la estrella más próxima? ¿Y si resultara que, pese a la posibilidad de que una civilización avanzada viviera en paz y sin autodestruirse durante un tiempo ilimitado, no pudiera sobrevivir lo suficiente para desarrollar la tecnología necesaria para alcanzar otras estrellas? Tal vez esa civilización aumente de población desproporcionadamente, y no pueda controlar la natalidad, de modo que las materias primas y los alimentos del planeta se agoten y la civilización desaparezca o, como mínimo, mengue hasta que no pueda volver a emplear su tecnología para la exploración, sino que deba utilizarla para la supervivencia de unos pocos. ¿Es un tiempo muy corto 15.000 años? Seguramente sí. Además pueden surgir otros problemas que pongan en peligro esas otras culturas extraterrestres.

Los hay obvios, como las posibles amenazas en forma de asteroides o cometas que impacten contra los mundos habitados. Pero pese a su lógica, son fenómenos bastante infrecuentes o contemplan periodos de tiempo muy largos para que sean peligros a tener en cuenta.

Otros se derivan de la necesidad de las civilizaciones tecnológicas de un aumento constante de la cantidad de energía a utilizar, para poder continuar su desarrollo tecnológico. Hemos vivido un ejemplo muy claro en nuestro propio planeta; el carbón aumentó enormemente la capacidad tecnológica humana, así como la calidad de vida, y el paso del carbón al petróleo ha elevado aún más todo ello, hasta los sorprendentes niveles actuales. Sin embargo, hay una dificultad; estos combustibles son fósiles, finitos y no renovables. Si queremos mantener nuestro nivel de vida y mejorar la tecnología de forma que podamos viajar a las estrellas el petróleo es insuficiente, a todas luces. Debemos encontrar un sustituto fácil de obtener, abundante y que sea aplicable con sencillez para nuestros propósitos. Pero, ¿y si no lo encontramos? ¿Y si, pese a que siempre hemos tenido la seguridad de que encontraríamos la solución, al final no lo hacemos? Ello significaría, sin más, el fin de la exploración humana del Universo. Sin una fuente de energía fiable no hay evolución tecnológica, y sin ella, se agotan las esperanzas de viajes interestelares. ¿Podría esto haberle sucedido a otras civilizaciones? Nada hay que nos sugiera que siempre debamos ser lo suficientemente inteligentes para solucionar nuestros problemas energéticos. Tal vez llegue el momento en que no podamos seguir avanzando y nos conformemos con mirar las estrellas, sin llegar nunca hasta ellas, por incapacidad o por falta de previsión. Y en otras partes quizá haya sucedido algo parecido.

Otra cuestión fundamental es la dificultad (o no) de los viajes interestelares. A nuestros ojos, un viaje hasta Proxima Centauri, a sólo 4,2 años luz de distancia, es toda una odisea, irrealizable por completo, siempre según la tecnología y conocimientos actuales. Es cierto que no hay por qué pensar que ello seguirá así siempre. Tal vez en un momento dado demos con la clave de esos viajes y podamos transponer las distancias entre estrellas con gran facilidad. Pero la Relatividad incorpora una serie de elementos de difícil superación, como son la dilatación del tiempo a velocidades de viaje cercanas a la luz y la cantidad de energía necesaria para alcanzar esas velocidades. Todo ello, hasta cierto punto, prohíbe un viaje interestelar turístico, de modo que no vemos clara la viabilidad de este tipo de periplos por el espacio. Al menos, por el momento. Culturas extraterrestres pueden haber desarrollado ya, sin embargo, la tecnología necesaria para superar esas mismas barreras de la relatividad y quizá estén viajando de un extremo a otro de la galaxia con relativa facilidad. Esto tal vez sea un sueño, pero por ahora no es sueño absurdo. Quizá el tiempo nos confirme su veracidad, aunque viendo la realidad más cercana (la nuestra), los viajes interestelares son una utopía de dimensiones épicas. Es posible que unas pocas culturas sí puedan realizar estos viajes, pero no la mayoría, de modo que sea también muy complicado que nos hayan visitado en alguna ocasión.

Un problema más sobre el por qué no vemos naves extraterrestres surcando nuestros cielos tal vez se deba a la idiosincrasia de los propios pueblos alienígenas. Por supuesto esto es especular mucho, pero no resulta descabellado suponer que, posiblemente, esos pueblos no tengan ningún interés en nosotros. Puede ocurrir que culturas que han alcanzado un determinado nivel de vida y prosperidad material no sientan deseos de exploración espacial, aunque posean alta tecnología. Nosotros no somos así, obviamente, tenemos fuertes estímulos en nuestro interior que nos incitan a la exploración de lo desconocido, por lo que la curiosidad, tal vez, sea patrimonio de unas pocas formas de vida inteligente (no obstante, en las diversas familias de seres vivios terrestres dotados de cierta inteligencia casi siempre se observa el componente de la curiosidad y el deseo de aprender algo nuevo).
De modo que nos encontramos ante un panorama ambiguo; por una parte, tenemos los cálculos teóricos, que nos indican que posiblemente haya en la Vía Láctea una gran cantidad (relativamente hablando) de mundos que posean civilizaciones tecnológicas (no sólo superiores a la nuestra), pero por otra parte nos encontramos con que no hemos recibido visita alguna de ellas. Esto es lo que se conoce como ‘Paradoja de Fermi’. Sin embargo, hemos visto que hay motivos más que suficientes para que muchas civilizaciones tengan dificultades o, simplemente carezcan del deseo necesario, para los viajes interestelares. No se trata pues de considerar que no existen esas civilizaciones, sino que posiblemente estos viajes tienen un componente demasiado complejo que los hace inviables, al menos para la mayoría de las culturas extraterrestres (incluida, de momento, la nuestra).

Si esto es cierto, tal vez seamos nosotros los que debamos idear los nuevos métodos de viaje por las estrellas. O quizá recibamos ayuda, en el instante más inesperado, de una coalición Interestelar dedicada a proporcionar la tecnología necesaria a los mundos con la inteligencia precisa. Quién nos dice que, dentro de unos cuantos días en el calendario cósmico, no seremos nosotros quiénes viajemos entre los mundos habitados de la Galaxia en busca de nuevas y excitantes culturas inteligentes, para dotarlas de los ingenios que les permitirán, a su vez, extenderse por todo el Universo conocido, si así lo desean. Sería un vuelco total del clásico temperamento humano, pero si queremos participar de manera directa en la evolución de la inteligencia allende la Tierra, ello es imprescindible. Quizá con sólo unos pocos segundos más de nuestro calendario empezaremos por fin nuestro viaje por entre el polvo y el gas de nuestra Vía Láctea.

- Bibliografía:

- Vida más allá de la Tierra, J. Achenbach, National Geographic, nº 1, volumen 6, enero 2000, págs. 24-51.
- ¿Civilizaciones en el Universo?, A. González Fiaren, F. Anguita, Astronomía nº 46, abril de 2003, págs. 22-30.
- Los dragones del Edén, Carl Sagan, Crítica, Barcelona, 2002.
- Civilizaciones extraterrestres, Isaac Asimov, Bruguera, 1981.

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