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24.12.08

Planeta emergente



Nunca me canso de contemplar esta fotografía. Nunca me aburre pensar que todo aquello que nos ha sucedido a todos y cada uno de nosotros, ayer o hace mil años, todo absolutamente, aconteció allí. Océanos, nubes y tierra es todo lo que podemos observar desde la Luna acerca de la Tierra (como hicieron por vez primera los astronautas del Apolo 8, en diciembre de 1968). Y, más allá, el negro radical del espacio, también total y absoluto.

Para mí esta es, con mucha diferencia, la mejor fotografía sobre el espacio obtenida jamás por la especie humana.

27.10.08

Tres sorpresas de Marte







Para quien creía que Marte no era más que un desierto seco y soso, desprovisto de interés "artístico", es decir, sin formaciones ni estructuras bellas y espectaculares, aquí van tres sencillos ejemplos de lo contrario. Una especie de 'mariposa', un campo de extrañas "plantaciones" y un cañón mucho más profundo y auténtico que el de Colorado nos muestran que Marte nunca ha sido un planeta aburrido para aquellos que saben adónde mirar.

(Publicado en El Hermitaño el 26 de julio de 2005)

7.6.08

Luz y mundos cercanos; un vistazo a la familia del Sol



El Sol, motor de la vida en el Sistema Solar.



Mercurio, tórrido y solitario.



Venus, cercano y hostil.



Sin comentarios.



La Luna, eterna acompañante.



Marte, el sueño del futuro


















Júpiter, gigante, estrella frustrada.



Saturno, poesía planetaria.



Urano, frío y oscuridad.



Neptuno, azul profundo en la distancia.

Más de allá de todo ello, la inmensa lejanía del espacio profundo. Polvo, restos de vaporosos cometas y algún pedrusco ocasional. Silencio, profundidad y vacío.

(Publicado en El Hermitaño el 28 de abril de 2006)

7.3.08

Tierra y Luna



Sensacional perspectiva de la pareja de mundos más entrañable para la especie humana (con el permiso del Sol, naturalmente). Es casi un milagro observar cómo todo un planeta, con su vida e historia, puede ser visto como algo tan exiguo en la oscuridad del espacio. ¿Quiénes creemos que somos, con nuestra arrogancia y chauvinismo, si en realidad todo lo nuestro, todo aquello que nos ha sucedido como especie, puede encapsularse dentro de esa esfera azul y blanca, apenas formada por unos puntos de luz?

El Universo sirve para mucho; sobretodo, para destacar que el orgullo y la insolencia de los humanos, la creencia de que somos algo muy grande, es vana, ingenua y falsa. Somos importantes de puertas adentro, pero al salir al Cosmos, perdemos casi toda relevancia. La lección de humildad es devastadora, pero el escarnio es justo, y real.

30.3.07

Un hogar de maravillas



Vivimos en una espiral galáctica en constante fecundación. Las estrellas que la forman, como las personas, nacen, viven y mueren. Por doquier vemos la intensa actividad cósmica en los criaderos de estrellas, esas regiones enormes de gas y polvo en las que sin cesar se forman los nuevos astros. Vemos también la extensa maraña de estrellas maduras, que jalonan nuestros cielos, y podemos ver asimismo el ocaso de la población estelar, a veces en colosales explosiones y otras en conchas de gas en expansión. Toda la vida de las estrellas es visible ante nuestros ojos en la ventana que la Vía Láctea abre para nosotros cada día.

La Vía Láctea, la morada de esa peculiar especie que llamamos humana (y seguramente de otras muchas más, inteligentes o no), pierde en otoño parte de su fuerza luminosa; regresará hacia finales del mes próximo con toda su energía, gracias a constelaciones como Orión.

Si no somos tan estúpidos como parece y podemos sobrevivir a nuestros propios miedos y conflictos (y creo sinceramente que no lo somos), la Vía Láctea nos espera, nos llama, nos tienta con su luz maravillosa.

Sólo tenemos que ir a su encuentro.

(Publicado en El Hermitaño el 5 de octubre de 2005)

11.2.07

Una maravilla de mundo



Cada día me gusta más el mundo donde vivo. Sus montañas, sus bosques, la frescura del amanecer, el colorido del ocaso, esa percepción de que es eterno, inmutable, que aunque sus moradores más perversos desaparezcamos él seguirá existiendo, ajeno a toda guerra, peste, problema o desafío. La Naturaleza, la Madre, se mantiene viva pese a nuestros intentos de mancillarla, violarla y extraer de ella todo su fruto, al precio que sea.

El mundo es precioso, pero no lo es la gente que él mora. Al menos, no toda la gente lo es. No respetan, no cuidan, no miman a este mundo frágil y delicado, no lo llenan de besos y de abrazos, como debería ser. En cambio, se dedican a devorarlo, a arrancarle su esencia, su ser, y casi siempre acaban satisfechos cuando lo consiguen. Han hecho bien su trabajo.



Pero este mundo es un don, un regalo de Dios; no digo esto por mi inclinación religiosa, de la que carezco por completo, sino tras contemplar los otros mundos cercanos; tienen su propia belleza, por supuesto, pero están lejos de la variedad de color, texturas y ambientes de que disfruta la Tierra. Me repito, pero es un hecho: nada hay en el Sistema Solar, y es un espacio muy ancho, que se asemeje ni remotamente a la belleza de nuestro mundo; ni Marte, ni la Luna, ni los planetas gigantes, ni un cometa, ni por supuesto las rocas vagabundas que son los asteriodes.

Así que este planeta debería ser cuidado con esmero, respetado con ahínco, y sobretodo, amado con devoción; no se trata de un simple cuerpo rocoso formado por agua y piedras, es nuestra morada, el lugar que ha dado cobijo, alimento, y sueños para todo ser humano que en ella ha vivido. Debemos a la Tierra nuestro ser, y se merece un esfuerzo por parte de quienes más daño le están haciendo. Amemos a la Tierra, porque por muy rápido que avancemos en la carrera espacial, va a seguir siendo nuestro hogar. Y un hogar que no se ama es un hogar destinado a desaparecer.

He aquí un pequeño pedazo de este mundo; el lugar donde vive un hermitaño:



(Post publicado el 14 de octubre de 2005 en El hermitaño)

23.11.06

Insignificante Tierra



Puede parecer una foto no demasiado espectacular, y ciertamente no lo es, pero quedáos con esto: muestra la Luna y la Tierra desde casi 30 millones de distancia. Y hace tan sólo medio siglo, más o menos cuando fue lanzado el Sputnik que todos recordaréis (aquella especie de balón metálico con patas), esta imagen estaba más allá de la capacidad humana. Hace sólo medio siglo, amigos. Ahora la vemos y pensamos: "Vale, la Luna y la Tierra, muy tierna la foto, sí", y ya está. Pues no, no debería estar, cada vez que el ser humano abandona este mundo y lo ve desde afuera (ya sea mediante sondas espaciales o en los viajes humanos en el transbordador) la Tierra adquiere (o debería adquirir) un nuevo significado.

Vemos la foto y nos damos cuenta de que todo lo nuestro, absolutamente todo, ha tenido lugar en ese pequeña esfera de luz. Guerras, pestes y amores, leyendas y descubrimientos, todo lo que ha motivado y cautivado al ser humano ha sido vivido entre los límites de ese planeta que, desde el espacio, parece tan poco priviliegiado e importante. Me gustaría que este tipo de nuevas perspectivas ofrecidas gracias a los avances científicos y tecnológicos fueran el impulso para una mejor protección del planeta, para una mayor compenetración entre culturas y pueblos y sobretodo, para que estimulara a quienes están en el poder a abandonar posturas patrioteras y chauvinistas, ya que, desde el espacio, igual de insignificante es el país de las barras y estrellas como el diminuto Nauru. Y si no, ¿alguien distingue algún país en la foto? Yo solo veo uno, el de la Humanidad.

(Post publicado el 11 de junio de 2005 en El Hermitaño)

14.11.06

Humanos, Cosmos y exploración



Qué inmenso el Cosmos, y qué vanamente nos erigimos en patrones de él, como superiores a la materia, como dueños y señores de la Tierra y del espacio exterior que aún nos aguarda. Mirar las estrellas no sólo es un ejercicio intelectual o espiritual (o ambos), sino también una manera de hacernos a nosotros mismos más humanos, más cercanos al gas y polvo del Universo. No hay que denigrar la materia como algo pueril o insignificante; lo verdaderamente insignificante es nuestra propia esencia, comparada con el enorme espacio y tiempo que dota de vida al Cosmos.

Pero, en nuestra insignificancia, somos los mejores. Compuesto de tan solo un cuerpo y una mente (o cerebro, o espíritu, según cada cuál), el ser humano ha superado todas las barreras físicas posibles y ha abierto horizontes extraordinarios. Hay en proyecto hoy en día la posibilidad de volver a la Luna, no con sondas espaciales, sino nosotros mismos, de forma que constituyamos allí nuestra próxima morada, en pos de estancias más prolongadas y profundas en otros mundos menos desfavorables. En cuanto sea, por así decirlo, tan fácil ir a la Luna o Marte como hacer un viaje al campo, entonces habremos puesto la primera piedra para la siguiente fase en la exploración humana del Cosmos.

No obstante, ante todo debemos respeto al Cosmos, porque de él procedemos todos. Hay que cuidar y mimar el espacio exterior, mucho (pero mucho mucho) mejor de lo que hemos cuidado y mimado a la Tierra. Precisamente por tratarse de la etapa más primitiva de exploración del hombre y la mujer, la Tierra ha sufrido (y sigue sufriendo) nuestro desprecio e indiferencia, pero viajar por el Cosmos es hacerlo en tierras desconocidas y que, quizá, ya estén colonizadas y explotadas (no sabemos si mejor o peor) por otras civilizaciones. La Tierra era nuestra, desde que llegamos a ella lo supimos; pese a tratar con descortesía a los demás miembros vivos del planeta, nada nos puso objecciones para tratar a nuestro mundo como nos viniera en gana. Cuando salgamos al Cosmos, las cosas (esperemos) serán diferentes. No es que haya policias y guardias estelares dispuestos a multarnos si hacemos mal las cosas, sino que, por nuestro propia decisión y por el reto que ello supone, la exploración del espacio debe siempre ir precedida por la consideración hacia toda estrella, planeta, peñasco rocoso o brizna de hierba planetaria que hallemos, allá donde estemos.

Vamos a vivir, en los próximos decenios y en los siglos por llegar, la aventura más apasionante jamás acontecida; algunos de nosotros podremos ser testigos del regreso humano al espacio, separado por fin de visiones patrióticas trasnochadas y de arrogantes, viciosos e idiotas chauvinismos. Nuestros descendientes, por su parte, tal vez tengan la exclusiva de vivir el momento de explorar otros sistemas estelares, hallar planetas con vida o, en el paroxismo de la gloria, contactar con una civilización extraterrestre.

Y todo, quizá, a unos pocos años o décadas de distancia. El Universo, y nuestra búsqueda de su saber (siempre parcial, temporal y primitiva...), es hoy más estimulante que nunca.