2.10.07

'Azarquiel, el pionero olvidado'

Hay en el mundo de la Astronomía algunos personajes históricos que han contribuido de manera muy importante en el avance de esta ciencia y que hoy sólo son recordados por unos pocos expertos o por quienes han estudiado a fondo el periodo en que vivieron. Y, sin embargo, las aportaciones de estos grandes sabios tal vez hayan sido más trascendentales para la Astronomía que muchos de los hoy exaltados y venerados científicos occidentales.

Probablemente nadie ignorará, a estas alturas del conocimiento y difusión cultural, quiénes fueron y qué aportaron al mundo del saber hombres como Copérnico, Galileo, Newton o Kepler, entre otros muchos. Todos ellos consiguieron implantar una nueva visión de nuestro mundo (o de su relación con otros mundos), y son debidamente estudiados y recordados. Ahora bien, en el oscuro periodo que se inicia con el segundo milenio de nuestra era, esto es, hacia el año 1000, hubo una serie de extraordinarios científicos, astrónomos en particular, que fueron capaces de descubrir hechos que, mucho más tarde, serían reconocidos como pilares fundamentales en la comprensión del Universo. Hubo particularmente uno de estos astrónomos, cuya existencia a veces pasa desapercibida en los textos de historia de la Ciencia, que incluso se adelantó, al parecer, a saberes que se conocerían sólo siglos más tarde. Se llamaba Abu Ishaq Ibrahim Ibn Yahya Al-Zarqali o, en su nombre en latín, Azarquiel.

Azarquiel (figura 1), nació seguramente hacia el año 1029, en Toledo. Su nombre, Azarquiel, era en realidad una especie de apodo, con el que era conocido en vida debido a sus intensos ojos azules (zarcos). Ya de joven, Azarquiel mostró ciertas dotes para trabajar con los metales, habilidad que le fue enseñada por su padre, que trabajaba como cincelador. Azarquiel pronto aprendió lo suficiente como para iniciarse en el mundo de la construcción de instrumentos de precisión. Poco a poco perfeccionó sus métodos, llegando a alcanzar un puesto de mucha relevancia en la sociedad de su tiempo, pues proporcionaba todo tipo de instrumentos a los sabios y maestros toledanos.



Figura 1: Azarquiel, retratado en su madurez.

No fue hasta 1078-1080 cuando Azarquiel decidió trasladarse a Córdoba consecuencia de las invasiones cristianas que sufría constantemente Toledo. Gracias a su pasado artesano, Azarquiel pudo ser conocido en muchas partes por su talento en el trabajo manual, pero nuestro personaje estaba decidido a ir más allá e intentar, mediante el estudio del Cosmos, comprender algunos de los mecanismos que movían los astros en los cielos.

Una de las más citadas contribuciones de Azarquiel fueron la compilación de las Tablas Astronómicas de Toledo, en su versión árabe. Sin embargo, resulta un poco paradójico que, en realidad, Azarquiel tuviera una aportación a este respecto bastante intrascendente. Más bien, la calidad y exactitud de las tablas se debe a la labor de dos ayudantes de Azarquiel, Al-Juarismi y Al-Battani. Pero de las Tablas hablaremos al final de artículo con mayor detenimiento.
Azarquiel realizó estudios e investigaciones en varios campos de la Astronomía. Por ejemplo, fue capaz de encontrar cuál era el movimiento del apogeo solar (la distancia máxima entre la Tierra y el Sol). Azarquiel pudo determinar con una gran precisión que el punto del apogeo solar variaba en 1 grado cada 299 años, analizando las observaciones que se disponían al respecto durante los últimos 25 años.

También tuvo Azarquiel interés en el tema de la precesión de los equinoccios. Escribió un trabajo sobre ello, hoy en día desaparecido, en el que describe de qué manera podría explicarse este hecho. Como la Tierra es un astro que recibe la influencia básica del Sol y de la Luna y, en menor medida, de los otros planetas del Sistema Solar, su movimiento de rotación presenta una ligera variación a lo largo del tiempo. En grandes periodos de tiempo, los polos del planeta no se dirigen siempre al mismo sitio, sino que van modificando la dirección a la que apuntan debido al movimiento de rotación terrestre; esto es lo que se denomina precesión de los equinoccios. En el fondo, es como si la Tierra se comportara como una peonza; su eje, a medida que gira, cambia ligeramente (figura 2).



Figura 2: la precesión de los equinoccios. La Tierra se comporta como una peonza en su movimiento de rotación. En un momento dado, su polo norte estará dirigido hacia la estrella A, pero a medida que la precesión va variando la situación del polo, éste cambiará la dirección, de modo que, por ejemplo, aunque hoy en día veamos la estrella Polar muy cerca del polo norte (de ahí, obviamente, su nombre), en el futuro, de igual modo que ha sucedido en el pasado, el polo estará orientado hacia otro lugar en el cielo.

Sin embargo, si hay dos cuestiones en las que Azarquiel realizó las mayores y más trascendentales aportaciones a la Astronomía, éstas tienen que ver con las órbitas de los planetas y la predicción de la aparición de los eclipses y los cometas. En ambos casos, de ser ciertos, se habría adelantado en varios siglos a sus homónimos occidentales.

Todos conocemos que las órbitas de los planetas de nuestro Sistema Solar no son exactamente esféricas. De hecho, al parecer no hay nada perfectamente redondo en todo el Universo; el Sol y la Luna, por más que los percibamos como astros con una forma idéntica a la de la circunferencia, son objetos achatados en los polos. La misma Tierra es ligeramente oblonga.
Las órbitas de los planetas se suponían y aceptaban como esféricas porque concordaban con el ideal de perfección y belleza de la teoría geocéntrica, pero era sólo una suposición. Aunque, por supuesto, los eclesiásticos y todos aquellos que defendían la posición central de la Tierra en el Sistema Solar habrían argumentado que tales órbitas eran esféricas necesariamente, ya que se ajustaban a la perfección con la ideal de magnificencia cósmica que hubiera dispuesto el Creador. Un Universo en el que algo no era geométricamente perfecto no tenía sentido en las mentes del hombre de los siglos medievales (figura 3).



Figura 3: Neptuno, en una imagen de la sonda planetaria Voyager 2. En la antigüedad, las órbitas de los planetas en torno al Sol se creía que eran esféricas. Kepler demostró que no era así en el siglo XVII, pero casi 650 años antes Azarquiel se le adelantó. Sin embargo, hoy en día pocos son los que lo saben. (NASA-JPL)

Sin embargo, Azarquiel tuvo la osadía de considerar la posibilidad de que en realidad las órbitas planetarias no fuesen ni tan perfectas ni tan geométricas, sino que tal vez tuviesen una forma bastante cercana a la de un óvalo, que en esencia no es más que una especie de circunferencia alargada. Algo similar a coger una cinta de goma, de las usadas para el cabello, y estirarlas por dos extremos opuestos. El resultado es un óvalo.

No obstante, una intuición tan notable no tuvo ni mucho menos buena acogida. Aunque esta idea de Azarquiel no era nueva, pues ya los antiguos griegos habían adelantado algo similar, nadie se preocupó de ella ni entonces ni en los años ni siglos posteriores, simplemente porque no había manera de comprobar su veracidad. Fue necesario que Johannes Kepler (1571-1630), bien entrado el siglo XVII, con los conocimientos y adelantos matemáticos propios de su época, quien demostrara que, en efecto, las órbitas de los planetas no eran circulares, sino elípticas. Kepler, con todo el merecimiento, ha sido el símbolo del cambio de pensamiento antiguo al moderno, pero aún así deberíamos al menos valorar en su justa medida el trabajo de Azarquiel, quien ya había aventurado las conclusiones de Kepler casi 600 años antes.
El otro hecho importante que Azarquiel parece haber descubierto mucho antes que lo hicieran los científicos y pensadores occidentales está relacionado con los eclipses y los cometas (figura 4).



Figura 4: el cometa Hale-Bopp, durante su aparición en 1997, en una fotografía obtenida por John Laborde el 15 de marzo de ese mismo año. Azarquiel, casi un milenio antes de la observación de este cometa, consiguió elaborar un método para predecir la repentina y siempre sorpresiva aparición de estos objetos. Sólo Edmund Halley, ya a finales del siglo XVIII, pensó algo similar. (J. Laborde)

Según lo que se deduce del estudio de las tablas de Toledo, Azarquiel estaba en disposición de realizar predicciones de suma importancia dentro de la Astronomía. Las Tablas tenían como función principal la de ofrecer a los astrónomos las posiciones en el cielo de cierto tipo de astros y las fechas en las que tenían lugar determinados fenómenos cósmicos (como las fases de la Luna, etc.). Por tanto, eran empleadas para poder concretar la situación exacta de un cuerpo celeste en épocas futuras. Azarquiel, que tenía en su poder datos precisos sobre multitud de fenómenos gracias a la labor de sus ayudantes, pudo emplear las Tablas para predecir los eclipses solares que sucederían años e incluso siglos más tarde. La precisión de las Tablas era tal que Pierre Simon de Laplace (1749 - 1827), uno de los más destacados matemáticos de la Ilustración, seguía utilizando las observaciones y anotaciones de Azarquiel para realizar los cálculos de las posiciones y predicciones planetarias.

Al parecer, también fue capaz, mediante el análisis detallado de los datos recabados, de poder predecir la aparición de cometas en el futuro. Sobre esto hay que ser, no obstante, un tanto cautelosos, ya que no disponemos aún de los conocimientos necesarios para poder asegurar tal extremo. Resulta posible, a pesar de todo, que Azarquiel pudiera en efecto tener conocimiento de algún procedimiento por el cual llegara a predecir la aparición de un cometa. Si esto fuera cierto, Azarquiel aventajaría en casi 700 años a Edmund Halley (1656-1742), quien comprendió que el cometa que lleva su nombre y que se había observado en 1681 era el mismo que otros astrónomos vieron en 1604, y que retornaría a las proximidades del Sol en 1757. Halley sentó las bases para poder determinar asimismo el año aproximado de retorno del cometa empleando unas pocas observaciones del mismo.

Hoy en día Azarquiel es recordado fundamentalmente por su trabajo en las Tablas de Toledo y por algunas aportaciones instrumentales ingeniosas. Pero en este pequeño artículo, en el que sólo hemos esbozado algunas cuestiones básicas respecto a su figura, hemos visto que los logros del astrónomo cuyo nombre es desconocido para la mayoría de los aficionados (y profesionales) a esta ciencia, son mucho más importantes. Y, además, tiene la virtud de haber imaginado ideas y conceptos que serían aceptados como válidos y correctos sólo con el transcurrir de los siglos. Azarquiel, el mayor astrónomo del periodo islámico español, fue un verdadero pionero del conocimiento del Cielo.

- Bibliografía:

- Historia Fontana de la Astronomía y la Cosmología, J. North, Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
- Història de la Filosofía i de la Ciencia, Juan Carlos García-Borrón, Teide, Barcelona, 1991.

16.9.07

Enjambres cósmicos



¿Alguien ha sufrido insomnio en estas noches veraniegas? La solución es fácil: imaginaos un cúmulo globular como éste, M 22, en la constelación de Sagitario. Un cúmulo globular es un aglomerado de estrellas, miles, decenas o centenares de miles de ellas todas apiñadas en torno a un centro de gravedad común, como un enjambre de abejas.

Si el sueño no os llega empezad a contar, ya no ovejas saltando una valla, sino las estrellas que este cúmulo contiene, y os aseguro que antes de diez minutos estaréis roncando como troncos. Si no, al primero que llegue a las 200.000 estrellas (sin trampa...) le regalo un llavero astronómico.
(Claro que me curo en salud puesto que para cuando alcanzéis las 200.000 estrellas ya será de día de nuevo...ja)

P.D.: M 22 es un cúmulo globular muy fácil de ver en verano si miráis hacia el sur; a veces es visible a simple vista, aunque muy débil. Coged un par de prismáticos corrientes y recorred esa zona desde un lugar oscuro. A muchos les falta el aliento cuando miran allí.

(Publicado en El Hermitaño el 22 de julio de 2005)

9.6.07

II Certamen de Divulgación Científica 'Teresa Pinillos'

Vaya por delante que nunca, jamás, he considerado un premio literario/divulgativo/ensayístico como una evidencia irrefutable de la calidad de un texto. Si acaso, sirve para enorgullecer al sujeto premiado, para hacer mayor aún su egolatría y que se considere superior al resto. Pero no ofrecen la seguridad de que lo etiquetado como 'premiado' o 'finalista' o 'ganador' sea algo extraordinario. La de ser jurado es una labor dificil; si hay un nivel general bastante alto, casi eliges a voleo, porque es complejísimo distinguir entre excelencias; de lo contrario, si los textos presentados son horribles, la tarea es sencilla, pero el texto seleccionado no demuestra ser bueno, sino simplemente, que supera por pelos la mediocridad.

Y esto es lo que creo ha sucedido en mi caso. Allá por 2005, en un momento de fiebre escritorzuela sin parangón en mi vida (llegaba a redactar un artículo y un relato por semana, aunque la mayoría no veía nunca la luz...), tropecé con un concurso de divulgación científica organizado por la Universidad de la Rioja. Como la temática era libre (lo cual considero una bendición ya que casi todos los certámenes de ese tipo se ciñen a un asunto en concreto, a veces, demasiado concreto...), y en ese momento acababa de escribir un borrador de un libro de Astronomía sobre el Sol, decidí participar.

El artículo (que publico a continuación) fue escrito en un par de horas (me sabía la vida del Sol de memoria...), mientras escuchaba un par de discos de Led Zeppelin, combinados con unas piezas para arpa... . No me supuso trabajo alguno, y lo envié al concurso más que nada por probar, porque tras una lectura atenta, me di cuenta que tenía algunos fallos. Además, esa personalización del Sol al final del artículo me parecía un poco absurda. Sin embargo, tenía cierto nivel divulgativo (para quien no tiene práctica, no es sencillo condensar toda la historia del universo, del Sol y de la vida en la Tierra en unas dos mil palabras, y además hacerlo de forma inteligible), por lo que en marzo de ese 2005 lo puse dentro de un sobre y lo introducí en un buzón. Casi en ese momento, me olvidé de él.

En el verano del 2006 me llegó una carta asegurándome que el artículo había sido seleccionado como finalista del II certamen "Teresa Pinillos" de divulgación científica. Habían sido presentados 45 ensayos, por lo que teniendo en cuenta que el mío fue escrito en lo que dura una película y que apenas sufrió modificaciones, además del hecho de era la primera vez que enviaba algo mío a un concurso, estar entre los diez mejores es casi un resultado inmejorable. Pero, repito, si entró como finalista fue porque, estoy seguro, los otros trabajos no eran de lo mejorcito de la divulgación española.

Hace un par de semanas recibí un librito de la Universidad de la Rioja en el que aparecían publicados los diez textos seleccionados. Me hacía gracia ver el mío, entre los artículos de licenciados en matemáticas, biología, química. Ellos, doctorandos, investigadores, con docenas de publicaciones científicas, expertos en sus respectivos campos: yo, un sencillo estudiante de Filosofía de la UNED, sin licenciaturas no demás óstias académicas (con algo de suerte aprobaré este primer curso, sin ninguna holgura...), sin tesis doctorales ni investigaciones internacionales.

Me pregunto si, de haber escrito un texto mucho más elaborado, de haberme esforzado un poco más, quizá hubiese ganado el primer premio (ofrecían unos 600 euros). O quizá no, quizá si hubiese puesto todos mis sentidos en escribir algo maravilloso, estimulante y perfecto, tal vez hubiese pasado desapercibido. De ahí que dijera, al principio, que estos premios no significan nada. Pero, aunque así sea, siempre se agradece ver tu nombre en la portada de un libro, y que gente con la que no tienes relación alguna aprecie tu trabajo (en este caso, tu diversión). Y ello, claro está, te anima a seguir, a mejorar. Aunque no para ganar, no, ello nunca, porque pensar así sería el principio del fin.

Uno debe escribir (novelas, divulgación, filosofía, diarios, blogs, libros de cocina... lo que sea) porque hay algo dentro de él que debe salir. Los premios, desgraciadamente, nunca valoran eso.

'Una estrella para el futuro'



El Sol ha sido la base de la evolución de la vida en la Tierra. Sin él nada estaría hoy vivo. Su historia es bastante sencilla, y de ella se desprende que si queremos sobrevivir en este mundo, dadas nuestras necesidades de energía, deberemos dirigir nuestros esfuerzos a extraer de su luz el máximo rendimiento posible. La energía procedente del Sol es la energía del futuro.

Destellos de luz inundaban por doquier el espacio galáctico. La mayoría de astros que existían por aquel entonces, en la infancia más tierna del Universo, eran de gran envergadura, gigantes de gas que se habían autoalimentado gracias a la recién formada y abundante materia. Nacían como colosos gaseosos, pero un coloso requiere mucho alimento, y las despensas estelares que cada uno de ellos poseía en su interior menguaban pronto. Cuando, privado del necesario combustible para proseguir su existencia el coloso reparaba en la inexistencia de recursos, se encerraba sobre sí mismo y sufría un atroz colapso, expulsando al espacio toda la materia que durante millones de años había ido formando en su seno, en un cegador destello de proporciones cósmicas.

Esta materia expulsada vagaría lentamente por entre los demás colosos, los cuales tarde o temprano seguirían la misma suerte. Los destellos luminosos, visibles desde los confines más alejados del joven Universo, eran como los fuegos artificiales que anunciaban el fin de una era y el comienzo de otra. A partir de ese momento los astros serían diferentes. Menos grandiosidad y más longevidad. Iban a formarse astros pequeños, con despensas reducidas pero mínimo consumo, los cuales podrían brillar y mantenerse estables a través de los largos eones de tiempo.

La materia expulsada por los colosos enriqueció difusas nubes de gas que se hallaban entre los brazos espirales de la Vía Láctea, recién aparecida en el escenario del Universo. Una de tales nubes había estado arremolinando gas y polvo durante mucho tiempo, y sólo necesitaba una nueva andanada, un nuevo estallido cercano para que su onda de choque comprimiera sus materiales y los calentara hasta hacerlos brillar. Para ello se requería un último coloso en explosión, la precisa aportación de energía para que la chispa prendiera.

Ello tuvo lugar hace unos cinco mil millones de años. La nube de gas y polvo en rotación aumentó espectacularmente su temperatura central, hasta que en un instante mágico alcanzó los quince millones de grados, y de su núcleo salieron las primeras partículas de luz, que iluminaron el espacio circundante, el cual había vivido en tinieblas desde tiempos inmemorables. Así nació una estrella llamada Sol.

De su aparición el Sol primitivo sólo conservó jirones de gas, que poco a poco se desprendían de él, como la crisálida se desprende de la nacida mariposa. La vida posterior del Sol fue un largo proceso de estabilidad, únicamente roto por ocasionales estallidos de actividad frenética, como violentas erupciones de gas y grandes y brillantes llamaradas, que rompían el transcurrir tranquilo del Sol. Sin embargo, el Sol no nació solitario; con él aparecieron una serie de cuerpos heterogéneos, producto de los restos de la formación de la estrella. En unos casos se desarrollaban mundos de gas, enormes y majestuosos, situados a gran distancia; en otros, mundos pequeños de roca, casi como pedruscos en comparación con los otros, la mayoría anclados cerca del astro principal. Se les llamó planetas (figura 1).

Los planetas, además de variados en tamaño y composición, también lo eran en muchos otros aspectos. Realmente no había dos planetas iguales, ni por cuestiones orbitales, ni físicas ni geológicas. Había unos pocos de ellos que ocultaban su superficie a la vista, como recelosos de ojos ajenos, y por el contrario otros dejaban al descubierto cualquier detalle. En poco tiempo, la familia del Sol se convirtió en una generación planetaria tan variopinta que muchas otras familias estelares sintieron cierta envidia. Aquella estrella amarilla corriente había conseguido una prole bien provista, en cantidad y en calidad.



Figura 1: la familia planetaria del Sol; la estrella (arriba a la izquierda) está acompañada por cuatro planetas interiores (Mercurio, Venus, Tierra y Marte, el primer arco de imágenes) y cuatro planetas gaseosos gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, segundo arco de imágenes) y Plutón (arriba a la derecha). (NASA)

Por alguna razón hoy ignorada, hubo planetas que se mantuvieron estériles desde su origen, vacíos de cualquier representación de vida. El Sol hizo lo imposible por dotar de tan alta cualidad a sus descendientes; los grandes mundos habían absorbido todo el material solar gaseoso residual, que era mucho, y con descargas eléctricas descomunales, rayos y centellas procedentes de las altas atmósferas planetarias, se intentaba por todos los medios dotar del hálito de la vida a las reuniones de moléculas orgánicas, que llenaban el mar de gas en los planetas gigantes. Pero fue en vano. Por su parte, en los planetas pequeños también hubo problemas. Algunos de ellos carecían de atmósfera protectora, y cuando la había era muy tenue, que no impedía la llegada a la superficie de radiaciones cósmicas dañinas. En otros casos era tan espesa y densa que el calor del Sol nunca se perdía, con el resultado de un planeta achicharrante, capaz de fundir los metales más consistentes.

El Sol insistía una y otra vez, pero parecía que la vida no arraigaba. Hasta que, en un momento dado, en un planeta en principio no más prometedor que otros, sucedió el milagro. El mundo, el tercero desde la estrella, estaba a una distancia apropiada, era relativamente grande, con una atmósfera aceptable, y tenía amplias zonas recubiertas de un elemento líquido que tal vez podía ser útil para que la vida finalmente echara raíces.

Y así sucedió. Las moléculas orgánicas de los mares poco profundos del planeta, llamado Tierra, consiguieron gracias a las radiaciones que llegaban del Sol y los relámpagos del planeta unirse en una forma de vida primitiva y simple; algas microscópicas compuestas de una sola célula. Estas algas podían hacer copias de sí mismas, y en poco tiempo las charcas y mares someros de la Tierra albergaban toda la base biológica del planeta, que iba a desarrollarse lenta y trabajosamente durante los siguientes millones de años. Los seres unicelulares se agruparon en grandes colonias de células, con nuevas funciones y características, que les permitieron adaptarse mucho mejor al ambiente acuático. Los peces más primitivos aparecieron hace unos seiscientos millones de años, a los que siguieron las plantas de tierra firme, los insectos, anfibios, reptiles, árboles y finalmente las aves. Durante más de dos mil millones de años no hubo en la Tierra nada más que algas y bacterias flotando en húmedos estanques, pero en cuanto llegaron las demás formas de vida, la evolución biológica inició un despegue espectacular, produciendo una enorme variedad de cosas vivientes. A partir de estas pudieron desarrollarse los grandes animales, tanto en tierra firme como en el medio acuático, como dinosaurios y cetáceos. La extinción de los primeros por grandes cataclismos venidos del espacio en forma de asteroide y en la propia Tierra por la emisión de gigantescas cantidades de lava que abrasaron una superficie varias veces superior a la de la Península Ibérica, favoreció a unas tímidas y peludas criaturas de sangre caliente, los mamíferos. Algunas de ellas colonizaron los árboles tras varios millones de años de adaptación, dando lugar posteriormente a los primates. De una rama concreta de los primates aparecieron unos seres peculiares, sin características físicas destacables, pero con cierta inteligencia, mucho mayor de la de los demás parientes simiescos. Pronto aprendieron a controlar las llamas y hogueras, a utilizarlas para cocinar alimentos y ahuyentar animales. Más tarde fueron capaces de formar tribus, colonias de primates que se reunían para mantener lazos afectivos y ayudarse en tareas domésticas. Iban de un lugar a otro, en busca de comida y cobijo, y para cuando enterraron a sus semejantes y comprendieron el significado de la vida y la muerte, se convirtieron en seres humanos. El Sol, a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, vio con satisfacción que la vida había tomado conciencia de sí misma. Su familia podía enorgullecerse, la inteligencia tomaba las riendas en un mundo en que hasta ese momento todo había sido consecuencia del destino y de procesos naturales.

A velocidad de vértigo se sucedieron las distintas generaciones de seres humanos; pocos en un principio, se fueron reproduciendo sin cesar. Las condiciones climatológicas, las cuales eran generalmente bastante adversas, cambiaron de súbito durante un periodo de tiempo indefinido, y los seres humanos empezaron a creer en su buena suerte. Mejoraron las condiciones de vida, aprendieron a sembrar los campos, ocuparon enormes extensiones de tierra firme, colonizándolas y transformándolas para su beneficio y bienestar. Las tribus se convirtieron en colonias, y las colonias en poblados. El uso de fuentes de energía cada vez más rentables posibilitó un avance sin precedentes; los seres humanos ya eran capaces de obtener todo aquello que quisieran. Alimentos, materias primas para construcciones, armas, ropajes, todo salía de la tierra, de un modo u otro. Los humanos también se iniciaron en el arte de la tecnología, construyendo artilugios y cachivaches rudimentarios al principio pero instrumentos perfeccionados poco después, que sirvieron para aumentar aún más si cabía la producción y el bienestar. La evolución de la inteligencia era a todas luces mucho más rápida que la evolución biológica. El Sol vio con asombro cómo aquellos seres que hacía un microsegundo saltaban alegremente de árbol en árbol habían conseguido edificar enormes construcciones de metal y vidrio que rozaban las nubes del cielo. Expandidos por todo el planeta, los humanos no tenían limitación alguna. Superando cualquier otra forma de vida jamás vista sobre la Tierra, habían podido colonizar todo un mundo, todo un planeta, para su propia evolución.

Pero el Sol también sufrió; desde la lejanía vio cómo el producto último de la inteligencia consumía mucha materia prima, mucha energía procedente del interior de su planeta en forma de oscuras sustancias orgánicas llamadas petróleo y carbón, y que en última instancia no era sino materia viva pero ahora muerta que se había acumulado tras un enorme periodo de tiempo. La inteligencia ya no sólo usaba la materia para su beneficio; también empleaba la propia vida, tanto viva como muerta. Cada vez había más seres humanos, que en su alto nivel de vida requerían ingentes cantidades de energía; la mayoría, sin embargo, no disponía de ella. Sólo eran unos pocos poblados los que la empleaban con desenfreno. Otros aunque la tenían en su región la cedían gustosamente a los poblados mayores. El Sol no entendía por qué; miraba a esas gentes y las veía mucho más necesitadas de energía que sus vecinos ricos, pero así funcionaban las cosas en ese planeta. Llegaría un momento en que toda esa energía almacenada en la tierra devendría escasa: ¿qué harían entonces los poblados de la Tierra? (figura 2).



Figura 2: el incremento de la necesidad de energía en la Tierra ha sido exponencial en los últimos años; el petróleo sólo será útil durante un siglo, aproximadamente. Pero, ¿luego qué? (A. Baracca)

La inteligencia humana comprendía el origen de esa energía, la cantidad existente y la demanda necesaria; sabía por tanto que en un abrir y cerrar de ojos el fin de esa energía llegaría pronto. ¿Había alternativas? ¿Tenían algún otro recurso a mano que pudiera suplirlas? No. En realidad sí los había, pero no se habían dedicado a investigar suficientemente a fondo la cuestión. ¿Cómo era posible, por qué no ponían todos los medios necesarios para desarrollar la tecnología elemental y así despreocuparse para siempre de problemas energéticas. El Sol de pronto lo comprendió. Había otros motivos, en nada relacionados con la evolución del ser humano como especie, sino en la evolución de poblados, de países concretos. Unos querían crecer al máximo, ser importantes, pero no querían lo mismo para los demás. Mientras la energía procedente de la vida muerta fuera el motor del planeta, esos pocos poblados no tendrían rival, porque esa energía era de ellos. En cambio, la energía que se podía obtener por otros medios era universal, no estaba limitada ni cercada por barreras físicas o por problemas burocráticos o políticos.

El Sol palideció al comprenderlo. La inteligencia humana, que tan arduamente había sido forjada a partir de simples moléculas orgánicas, que tenía tras de sí una historia de cuatro mil millones de años de evolución biológica y quince mil millones de años de evolución cósmica, que tenía sus raíces en el Sol y en la explosión de colosos de gas en los principios de los tiempos, prefería la avaricia y la codicia a la concordia y bienestar de todos los seres del planeta. Ardió de ira, enrojeció hasta arrojar lenguas de fuego y plasma al espacio interplanetario, y entendió que, aunque maravillosa, la inteligencia tenía defectos; algunos de ellos son tan graves que pueden hacerla desaparecer.

Y, sin embargo, la solución a los problemas en la Tierra era sencilla. Una estrella es una fuente inagotable de energía. El Sol enrojeció aún más. ¿A qué esperaban, pues, los seres humanos?

28.4.07

Preguntas sobre viajes galácticos y seres extraños



En el post anterior imaginaba cómo debia ser un viaje a través de los mundos del Sistema Solar, como lo hacen las sondas espaciales actuales. Ahora daré un paso más: ¿cómo podría ser un trayecto entre las estrellas, o mejor aún, de una galaxia a otra?

Ante todo hay que señalar que un viaje de tales características estará vetado, al menos, durante los próximos cien años (quizá mil o más, en el segundo caso, o tal vez no llegue a realizarse jamás). Pero obviemos esto, y supongamos que adquirimos la tecnología (y, también, una psicología nueva para afrontarlos) necesaria para ellos, o mejor aún, supongamos que somos una civilización extraterrestre. ¿Qué sentiríamos al mirar a través de nuestro ojo de buey?

Inmensidad, vacío, vértigo, sí. ¿Los astros se nos aproximarían y desaparecerían con rapidez casi instantánea? No. Al menos, no si viajáramos con los medios tecnológicos a nuestro alcance; pero con otras formas de transporte más sofisticadas, quién sabe; quizá las películas de ciencia-ficción no andan tan desencaminadas sobre cómo debe ser un paseo por la Vía Láctea. No es útil entrar en detalles técnicos sobre ello; sólo estamos imaginando, así que tomémonos ciertas libertades.

Supongamos que partimos de nuestro planeta (sea la Tierra o cualquier otro, no importa). El espacio galáctico es enormemente vasto: podríamos pasarnos vidas enteras recorriéndolo sin tropezar jamás con una estrella; éstas son, en efectos, como diminutas motas de tierra entre un océano gigantesco. Guiándonos por medio de la tecnología, podríamos atravesar nuestro sistema solar, salir al espacio interplanetario, dejar atrás estrellas ignotas y aparecer ante nuestros ojos otras nunca vistas, escapar del plano galáctico y echar un vistazo a nuestra galaxia desde el exterior, como vemos nosotros a otras islas de estrellas similares (es el caso de NGC 1365, mostrada arriba).

¿Puede que nuestra galaxia esté dividida y organizada en cuadrantes, sectores, parcelas o distritos tal y como han imaginado los escritores de ciencia-ficción? Es posible. ¿Cuál sería la política, no ya de un mundo, de un sistema solar, sino de toda una galaxia? ¿Cómo podría lograrse una paz perpetua o duradera entre los innumerables planetas y civilizaciones que, a buen seguro, deben llenar el Cosmos? ¿Habrá una especie de gobierno galáctico encargado de preservar la estabilidad en el espacio y el tiempo?

¿Podemos imaginarnos cuáles serían, por otra parte, sus modos de pensamiento, de existencia? Quizá dispongan de sistemas mentales tan avanzados que sus acciones no tengan ninguna realidad física para nosotros, o que sea tan sutil que carezcamos de la capacidad sensorial para detectarlos. ¿Tendrán religiones, músicas, vivirán de acuerdo a reglas morales, o esto último es patrimonio excluivo de la Humanidad?

De existir, ¿habrá un catálogo estelar de cuántos astros disponen de planetas con vida a su alrededor y en cuyo seno existirán seres inteligentes, como en el relato corto "Asnos estúpidos", de Asimov? ¿Estaremos a punto de entrar en él, nosotros? ¿Lo habremos hecho ya, o jamás tendremos ese privilegio por no responder a patrones de "humanidad" entre nosotros, por mostrarnos con nuestros hermanos agresivos, viles y despreciables, según podrían ver a diario los ojos de seres verdaderamente evolucionados?

¿Hay que imaginar que ya saben de nosotros? ¿O, por el contrario, los trayectos entre estrellas son dificiles de realizar incluso para ellos? Quizá la evolución física y mental pueda ser más rápida que la tecnológica, llegados a un cierto límite, más allá del cual todo avance es lento y progresivo. ¿Son viables, en fin, los viajes entre las estrellas?

Imagino que sí; deben serlo. Ahí fuera existen miles de millones de planetas, con toda seguridad. En unos la vida ha echado raíces, y en bastantes cabe que la evolución haya traído a ellos la inteligencia y consciencia. Es lógico que haya mundos donde la vida esté menos evolucionada, pero por la misma regla puede haberlos con un desarrollo mucho mayor. Y en ellos, tal vez, se consiga algún día la chispa de ingenio necesario para derrotar las barreras de la relatividad y hacer de los viajes entre estrellas distantes un quehacer cotidiano.

Hace cuatrocientos años un viaje en barco desde España al Nuevo Mundo empleaba varios meses; hoy lo hacemos en unas horas. Cierto que hablamos de un contexto espacio-temporal completamente distinto, y que los impedimentos de la física establecen limitaciones muy importantes que no se presentaban entonces, pero lo que cuenta es que en esos siglos pretéritos contemplábamos un viaje de miles de kilómetros en pocas horas como un imposible. ¿Por qué no podemos soñar en que las dificultades que vemos ahora de un viaje entre las estrellas serán resueltos algún día?

Hace falta ir allí, entrar en contacto profundo con el Cosmos. Lo estamos haciendo en la Tierra, o aventurándonos a salir fuera de su epidermis, en el caso de algunos afortunados (y ricos) humanos, pero ése es un contacto superficial. Hay que penetrar en el vacío y descubrir lo que allí nos espera. Necesitamos conocer lo inimaginable, y descubrir el rostro verdadero del Universo. Quizá este siglo, que ya ha recorrido casi una década, nos ofrezca la clave para conseguirlo.

10.4.07

Largos viajes



De los largos y trabajosos viajes de exploración espacial que la Humanidad ha emprendido desde hace tan sólo unas décadas, viajes todos ellos de descubrimientos y hallazgos inesperados, ya sea por medio de sondas automáticas o gracias a naves tripuladas, uno de los periodos que más me atrae es, precisamente, el propio viaje.

Ésta es una imagen de la luna Ío, un satélite de Júpiter de tamaño muy similar al nuestro. La foto la ha obtenido la nave New Horizons, un ingenio destinado a estudiar Plutón y la región más externa del Sistema Solar. De pasada por Júpiter, la nave recoge algo de la gravedad del enorme planeta y le sirve como "combustible" para acelerarse aún más hacia su lejana meta.

Me imagino ahora la New Horizons atravesando el espacio en un silencio absoluto. Miles, millones de kilómetros, enmudecida, comunicada tan sólo en escasas ocasiones con sus creadores en la Tierra, planeta para ella prácticamente indistiguible. Surca el frío tapiz del Universo y sigue una ruta prefigurada, estable, inalterable.

Hasta 2015, fecha en que llegará a Plutón, la New Horizons tiene por delante casi una década de viaje solitario, portando la curiosidad de la Humanidad con ella y el ansia de explorar siempre más allá. Y, por el camino, nos brinda algunas instantáneas de nuestro bello y más cercano entorno galáctico.

30.3.07

Un hogar de maravillas



Vivimos en una espiral galáctica en constante fecundación. Las estrellas que la forman, como las personas, nacen, viven y mueren. Por doquier vemos la intensa actividad cósmica en los criaderos de estrellas, esas regiones enormes de gas y polvo en las que sin cesar se forman los nuevos astros. Vemos también la extensa maraña de estrellas maduras, que jalonan nuestros cielos, y podemos ver asimismo el ocaso de la población estelar, a veces en colosales explosiones y otras en conchas de gas en expansión. Toda la vida de las estrellas es visible ante nuestros ojos en la ventana que la Vía Láctea abre para nosotros cada día.

La Vía Láctea, la morada de esa peculiar especie que llamamos humana (y seguramente de otras muchas más, inteligentes o no), pierde en otoño parte de su fuerza luminosa; regresará hacia finales del mes próximo con toda su energía, gracias a constelaciones como Orión.

Si no somos tan estúpidos como parece y podemos sobrevivir a nuestros propios miedos y conflictos (y creo sinceramente que no lo somos), la Vía Láctea nos espera, nos llama, nos tienta con su luz maravillosa.

Sólo tenemos que ir a su encuentro.

(Publicado en El Hermitaño el 5 de octubre de 2005)

19.3.07

El primer paso hacia las estrellas; Voyager 1

La sonda espacial Voyager 1, lanzada en 1977, está ahora casi casi en el límite mismo del sistema solar. Es el primer artefacto humano que ha llegado tan lejos (estamos hablando que 14.000 millones de kilómetros le separan del Sol; en comparación, la Tierra está sólo a 150 millones).

¿Y qué? Bien, no es moco de pavo que nuestra humilde civilización haya podido lanzar, controlar y mantener un ingenio de esas características a tanta distancia. Pero, además, está el hecho sorprendente, para quienes aún no lo habían pillado, que el límite del sistema solar (o, al menos la zona donde su influencia empieza a ser menor) implica que la Voyager dentro de poco será una nave interestelar, no sólo interplanetaria, como hasta ahora: comenzará, por fin, su viaje a través de las estrellas.

Es como si saliéramos por vez primera del cascarón, del caparazón protector que el Sol significa para todos nosotros. Más allá de donde su acción pierde efectividad está el espacio vacío, frío y hostil. La Voyager inicia por tanto una nueva etapa de su recorrido, lejos del amparo solar. Qué le sucederá a partir de entonces es una incógnita, aunque tardará muchos miles de años (quizá millones) en acercarse a alguna estrella.


La Voyager 1, hacia lo desconocido Posted by Hello

En el trayecto silencioso, mientras surca el mar galáctico, la Voyager quizá tenga la suerte de tropezar con algún navío espacial o una pequeña nave de reconocimiento de otra civilización. Entonces habrá un momento mágico, del que nadie de nosotros tendrá noticias inmediatas, cuando dos ingenios producto de mentes muy diferentes y alejadas tal vez mucho en la escala evolutiva se encuentren. La Voyager 1 lleva un disco con informaciones variadas sobre el ser humano y nuestra posición en el Cosmos. Es posible que ese encuentro fortuito entre dos artefactos tecnológicos sea el comienzo de una nueva era de la Humanidad, pero aún deberemos esperar para que ello suceda.

Lo que no quiero imaginarme es que la Humanidad quede muda, por su propia estupidez, antes de que ese momento mágico se haga realidad. Sin embargo, no hay muy buenas perspectivas según lo que estamos viendo en los últimos años. La Voyager 1 es un trozo de hierro, metal y componentes electrónicos que ha aportado mucho al ser humano; a partir de hoy tal vez su aportación sea aún mayor, porque es nuestro primer abanderado en la exploración de las estrellas, el mensajero de una humanidad sorprendente, maravillosa y frustrante al mismo tiempo y que, con el ejemplo del Voyager, muestra al Cosmos el deseo de los habitantes de la Tierra por conocer sus orígenes y su destino.


La Tierra (el punto azul), vista desde la Voyager Posted by Hello

(Publicado en El Hermitaño
el 3 de junio de 2005)

7.3.07

La muerte del Sol

Dentro de miles de millones de años, cuando quizá toda la Humanidad haya dejado el planeta Tierra y esté diseminada por entre las estrellas de la Vía Láctea formando colonias de exploración galáctica, el Sol, la estrella que ha proporcionado el sustento idóneo para la formación y posterior evolución de la vida, empezará a sufrir una serie de transformaciones que le llevarán a su extinción como astro. El final del Sol será relativamente tranquilo, pero su muerte significará también la del Sistema Solar y, por tanto, el de la Tierra y las formas de vida que puedan poblar el planeta en esos momentos.

Desconocemos las implicaciones de la muerte. Sólo sabemos que significa nuestro fin en este mundo, pero no podemos aventurar nada más. ¿Será ese fin definitivo o hay otra vida más allá, en otros planos de existencia o dimensiones desconocidas para los humanos? Como la única forma estricta de saberlo pasa por experimentarla por nosotros mismos, con el consiguiente riesgo de no hallar esa otra vida caso de que no exista, las personas tememos a la muerte. Pero no sólo nosotros morimos: las plantas y los animales, sin distinción de inteligencia, también tienen su fin en el ciclo vital de su existencia. ¿Queda algo que podamos “etiquetar” como eterno? Los antiguos creyeron que lo único que no moría, y que por tanto, era inmortal, era el firmamento. Esa concepción del Universo implicaba que no habría cambios en él, que mantendría una constancia perfecta y las alteraciones o imperfecciones que pudieran observarse se considerarían como propias de la Tierra. Un meteoro o un cometa, por ejemplo, eran fenómenos situados dentro del ámbito de influencia de nuestro planeta, no hechos que sucedían más allá de él.

Y si el Universo era eterno y perfecto, el Sol, que estaba más allá de la región que ocupaba la Tierra, también debía serlo. Por consiguiente, la estrella del Sistema Solar había estado siempre en los cielos y seguiría estándolo hasta la eternidad, sin que en su disco se pudiesen ver fenómenos extraños o desconocidos; el Sol era perfecto y como tal era imprescindible su pureza, su rostro inmaculado a lo largo de los eones.

El descubrimiento de las manchas solares (observadas ya por astrónomos chinos y posteriormente a través del telescopio en el siglo XVII) reveló claramente, sin embargo, que nuestra estrella no era inmaculada, sino que tenía ‘defectos’, imperfecciones en su superficie. Esto propició un abandono de la idea de un Sol inmutable. Así, tras siglos de perfección e inmortalidad cósmica, se empezó a pensar en la posibilidad de que nuestra querida estrella tuviese un fin, una muerte real. Debió ser un duro golpe para los partidarios de lo eterno; excepto el Universo mismo, ya no había nada en él que pudiese considerarse ‘vivo’ para siempre (por supuesto, si no lo era el Sol, aún menos la Tierra, que dependía de su energía). Así, los científicos iniciaron un estudio de las propiedades de las estrellas que se veían en el cielo nocturno, y compararon los conocimientos adquiridos con la naturaleza del Sol, a fin de poder establecer cuál había sido su línea evolutiva. Hagamos un breve repaso a la vida del Sol hasta el momento presente.

Según la teoría sobre el nacimiento del Sol más aceptada en la actualidad, nuestra estrella se originó producto de la unión por atracción gravitatoria de multitud de pequeñas partículas que inicialmente formaban parte de una nube de gas y polvo. Al apretarse más y más, la temperatura aumentó de manera considerable hasta que en un momento dado, la protoestrella empezó a brillar producto de las reacciones nucleares. Aquí es cuando empieza la vida “normal” del astro, caracterizada por la conversión de hidrógeno en helio, elementos principales que constituían la estrella; la presión y la gravedad, fuerzas opuestas perfectamente contrapuestas en intensidad, permiten a la estrella mantener una gran tranquilidad física. Este periodo es el más estable y también el más largo. El Sol, de hecho, aún permanece en esta fase, llamada secuencia principal (figura 1).



Figura 1: el Sol visto a través del telescopio.

A partir del momento en que el hidrógeno empieza a escasear en el interior del Sol, se suceden una serie de acontecimientos que precede a la muerte de la estrella. Una vez sólo se dispone de helio, conservado en el centro como núcleo del astro, éste queda rodeado por las capas más externas, que aún contienen hidrógeno. Pese a que la estrella tiende a enfriarse, pues ya no acontecen las reacciones nucleares que mantenían el centro a una temperatura de 20 millones de grados, el enfriamiento genera contracción1. Consecuentemente, la estrella vuelve a calentarse, y alguna de las capas de hidrógeno que se sitúan en torno a ella alcanza el punto de las reacciones nucleares. En palabras de Carl Sagan, “una estrella es un fénix destinado a levantarse durante un tiempo de sus cenizas”. En este momento, el Sol sufrirá un cambio espectacular en su fisonomía; se hinchará. Esto es debido a que la enorme liberación de energía en las zonas que rodean al núcleo obliga a las capas más externas a expandirse. Esta etapa en la vida del Sol se denomina gigante roja, y llegará cuando el astro cumpla alrededor de 10.000 millones de años (es decir, dentro de aproximadamente 5.000 millones de años). En su expansión, el Sol alcanzará la órbita de Mercurio, Venus y es posible que también la de la Tierra. Si esto llega a suceder, por supuesto que la vida en la Tierra desaparecerá, dado que no habrá aire ni agua disponibles (de hecho, todos los océanos hervirán hasta evaporarse), las temperaturas serán elevadísimas y posiblemente ni siquiera será posible la vida subterránea, por muy elemental que sea.

La continuación lógica en la vida del Sol, al no disponer ya de suficiente hidrógeno, es utilizar el helio (que comprende el 20% de los átomos que lo forman), el segundo elemento más abundante, para mantener las reacciones nucleares. El helio se convierte entonces en carbono, pero este proceso, aunque es válido para mantener las reacciones nucleares y además genera una nueva expansión, apenas aporta calor a la estrella. Ahora, ya sin casi helio, el astro padecerá repentinas expansiones y contracciones, como si luchara por mantenerse vivo aun a costa de no poseer ya la suficiente energía; oscilando sin parar, mutará grotescamente, inflándose y encogiéndose continuamente sin control, en lo que constituirán los últimos respiros del Sol, dentro de unos 11.000 millones, más o menos.

Sin embargo, la estrella no dejará de existir tan fácilmente. Tras el agotamiento total del helio, cuando ya no quede en su núcleo prácticamente nada que quemar para obtener energía, el astro se verá obligado a dejar ir, de una vez por todas, el material gaseoso que la constituye. En los momentos precedentes, la “hinchazón” de la estrella no era nada más que su atmósfera externa expandiéndose, pero ahora no habrá nada que impida que ésta aumente gigantescamente su tamaño. El resultado será uno de los objetos astronómicos más bellos y majestuosos que el Universo puede ofrecernos: una nebulosa planetaria. Como la atmósfera protectora queda al descubierto, el núcleo desnudo de la estrella emite unas poderosas radiaciones ultravioletas que excitan el gas circundante, coloreando fantasmagóricamente el anillo de material y volviéndolo visible (figura 2). El gas desatado, en su trayecto hacia las afueras del Sistema Solar, iluminará por última vez el cielo de la Tierra, llenando el espacio interplanetario con una fluorescencia azulada o rojiza.



Figura 2: una nebulosa planetaria, el objeto en que se convertirá el Sol dentro de 6.000 millones de años, aproximadamente. La envoltura de gas que se observa rodeando a la débil estrella central es su propia atmósfera, expelida al ya no ser capaz el astro de mantener unida su materia constitutiva.

Pero el Sol aún vive. En las regiones más internas todavía queda un objeto de pequeñas dimensiones, casi en el límite de emitir luz, aunque resulta claramente visible para nuestros telescopios (no sólo los profesionales): se trata de un tipo de estrellas llamadas enanas blancas. La historia de su descubrimiento es bastante interesante.

En 1844, el astrónomo alemán Friedrich Bessel (1784-1846) se encontraba estudiando el movimiento propio de Sirio, el astro más brillante visto desde la Tierra. Detectó ciertas oscilaciones en su trayectoria que eran enigmáticas, y sólo dos décadas más tarde, en 1862, Alvan Clark, óptico y astrónomo estadounidense (1804-1887), empleando un excelente refractor de 46 cm, pudo detectar un pequeño punto de luz junto a Sirio. Se trataba, pues, de una estrellita compañera la que hacía oscilar al astro principal, llamada después Sirio B. El cálculo de su luminosidad arrojó un valor increíble: era unas diez mil veces menos brillante que Sirio A. Walter Adams, al estudiar en 1914 su espectro, hizo notar que su temperatura en la superficie era de 8.000ºK. Había pues una estrella bastante menor que el Sol en cuanto al tamaño, pero con casi su misma masa, más caliente y mucho menos luminosa. La única explicación razonable para comprender su naturaleza era suponer que su densidad era altísima. De hecho, si el Sol tenía una densidad media de un gramo por centímetro cúbico, la de Sirio B debía ser algo así como un millón de veces mayor (!).

La enana blanca remanente, que dentro de unos 11.000 millones de años presidirá el reino del Sistema Solar, posee aún cierta capacidad para impedir que la fuerza gravitatoria la colapse por completo. De hecho, los electrones que forman los átomos de la estrella son arrancados de su lugar original y son estrujados tan violentamente que responden a la fuerza de gravedad actuando como una “presión cuántica” sorprendente, inhibiendo su afán de compresión y, una vez más, al igual que cuando la estrella se hallaba en la secuencia principal, permitiendo que la fuerza gravitatoria y esta extraña “presión cuántica” se contrarresten y la enana blanca siga viviendo por un tiempo más.

Esta enigmática “segunda vida” que el Sol disfrutará se prolongará, según nuestros conocimientos, varios miles de millones de años aún, hasta que toda la energía calorífica que contenga la enana blanca haya sido expulsada al espacio exterior. Cuando ello suceda, el Sol, por fin, emitirá lentamente su último aliento al Cosmos, decreciendo de manera progresiva su luminosidad hasta convertirse en una enana negra, astro frío y ya muerto que no podrá emanar nunca más ningún destello luminoso.

Resumamos ahora, en unas pocas líneas, la existencia del Sol, desde sus orígenes hasta su muerte absoluta.

Una nebulosa compuesta de gas y polvo situada en uno de los brazos espirales de la Vía Láctea, nuestra galaxia, empieza, por efecto de la fuerza de gravedad, a aglutinar muchas partículas hacia su centro, más denso que la periferia. Ese centro se hace cada vez más grande, porque a medida que aumenta su tamaño también hay más atracción gravitatoria en el centro que favorece el apresar más y más partículas de las afueras de la nebulosa. Aumentando su temperatura por la fricción entre esas partículas llega un momento en que la parte más central y densa de la región alcanza la posibilidad de iniciar reacciones nucleares y con ellas el embrión estelar empieza a brillar. Acaba de nacer el Sol. Seguidamente la estrella, un 30% más brillante en ese momento que en la actualidad, entra en la secuencia principal, etapa de su vida de gran estabilidad (obviando los ciclos de actividad variable, por supuesto, como el caso del Mínimo de Maunder, que vimos en otro artículo), pues el astro consume hidrógeno, presente en enormes cantidades (más del 70% de la masa total) y lo convierte en helio, de donde extraerá su energía. Cuando empieza a agotarse aquel, el Sol, ya de unos 10.000 millones de años de edad, empleará el helio y lo fusionará para obtener carbono. Pero como el hidrógeno aún se conserva en las capas externas de la estrella y en el interior la temperatura aumenta producto de la fusión del helio, las regiones más alejadas del centro se ven forzadas a emigrar más lejos aún. Con ello la estrella se expande, y se convierte en una gigante roja. El tiempo de permanencia del Sol en esta etapa es ínfimo: unos 1.000 millones de años. Después, la estrella padecerá continuadas y bruscas expansiones y contracciones, consecuencia del agotamiento de su “combustible nuclear”. A continuación, preludio de una nueva transformación, el Sol expulsará sus capas gaseosas al espacio, creando una nebulosa planetaria. En el centro de la nebulosa se hallará una enana blanca, astro de alta temperatura, masa similar a la del Sol o un poco menor y dimensiones planetarias, con una densidad increíble (en el tamaño de un terrón de azúcar estaría la masa de toda una montaña) y que aún seguirá brillando tenuemente durante algunos miles de millones de años, hasta que en su interior no queda nada que le otorgue energía alguna y muera definitivamente como una enana negra, un residuo, un desecho cósmico incapaz de brillar que marcará el final de la estrella, nacida de una nube de gas y polvo casi 20.000 millones de años antes.

No obstante, nuestra estrella ha proporcionado la materia necesaria para que, a partir de los restos de gas y polvo no utilizados en su formación, hayan podido originarse los planetas, los satélites, los asteroides, los cometas y demás partículas interplanetarias. Asimismo, y es algo único hasta el momento en el Universo, habrá permitido también el nacimiento y la evolución de la vida en la Tierra y habrá vislumbrado cómo una especie, la Humana, habrá llegado al umbral que separa la simple materia de la inteligencia y consciencia. Para cuando el Sol esté apagándose poco a poco y muriendo silenciosamente en el centro de un Sistema Solar oscuro y frío, sin vida y sin luz, quizá los seres humanos nos hallemos a salvo en un planeta azul bajo la tutela de una joven estrella amarilla, que nutrirá las semillas de la vida y la inteligencia durante algunos miles de millones de años más.

Bibliografía:

- Una estrella llamada Sol, G. Gamow, Biblioteca de Divulgación Científica, RBA Editores, Barcelona, 1994.
- Soles en explosión, I. Asimov, Biblioteca de Divulgación Científica, RBA Editores
(Barcelona, 1994.
- ¿Cómo nacen y mueren las estrellas?, I. Asimov, Ediciones SM, 1990.
- El mundo de las estrellas, J.L. Comellas, Equipo Sirius, Madrid, 1997.
- Cosmos, Carl Sagan, Planeta, Barcelona, 2000.

3.3.07

El regalo de Selene: Hoy, eclipse de Luna



Hoy día 3 de marzo tendremos ocasión de ver un eclipse total de luna. Este tipo de fenómenos se producen al alinearse, en este orden, el Sol la Tierra y la Luna. El cono de sombra generado por la Tierra incide directamente sobre el disco lunar, y el resultado es el oscurecimiento paulatino de nuestro satélite, que puede llegar a ser parcial afectando a una región del disco de la Luna, o total, si abarca la totalidad del mismo. Tenéis mucha información en otras páginas (como ésta, por ejemplo), donde podéis conocer a qué horas de desarrollarán las diversas fases del fenómeno.

Yo, como buen hermitaño, subiré a una colina para contemplar el fenómeno en soledad, acompañado por el croar de los sapos y las serenas estrellas , en lo que se presume será una noche cálida y tranquila.

Quien tenga la suerte de sentir un aliento cálido a su lado mientras observa cómo la Luna adquiere un tinte rojizo, mucho mejor. Este tipo de acontecimientos deberían ser disfrutados en compañía si es posible, pero también son saludables en la quietud de la soledad. Sólo tú y ese ser abstracto y complejo que llamamos Universo.

Hacia la medianoche de hoy, guardemos silencio, apaguemos las luces y dejemos que el Cosmos entre en acción.

17.2.07

Comprender el Cosmos

"Si viéramos realmente el Universo, tal vez lo entenderíamos"

Jorge Luis Borges (1899-1986), escritor argentino.

11.2.07

Una maravilla de mundo



Cada día me gusta más el mundo donde vivo. Sus montañas, sus bosques, la frescura del amanecer, el colorido del ocaso, esa percepción de que es eterno, inmutable, que aunque sus moradores más perversos desaparezcamos él seguirá existiendo, ajeno a toda guerra, peste, problema o desafío. La Naturaleza, la Madre, se mantiene viva pese a nuestros intentos de mancillarla, violarla y extraer de ella todo su fruto, al precio que sea.

El mundo es precioso, pero no lo es la gente que él mora. Al menos, no toda la gente lo es. No respetan, no cuidan, no miman a este mundo frágil y delicado, no lo llenan de besos y de abrazos, como debería ser. En cambio, se dedican a devorarlo, a arrancarle su esencia, su ser, y casi siempre acaban satisfechos cuando lo consiguen. Han hecho bien su trabajo.



Pero este mundo es un don, un regalo de Dios; no digo esto por mi inclinación religiosa, de la que carezco por completo, sino tras contemplar los otros mundos cercanos; tienen su propia belleza, por supuesto, pero están lejos de la variedad de color, texturas y ambientes de que disfruta la Tierra. Me repito, pero es un hecho: nada hay en el Sistema Solar, y es un espacio muy ancho, que se asemeje ni remotamente a la belleza de nuestro mundo; ni Marte, ni la Luna, ni los planetas gigantes, ni un cometa, ni por supuesto las rocas vagabundas que son los asteriodes.

Así que este planeta debería ser cuidado con esmero, respetado con ahínco, y sobretodo, amado con devoción; no se trata de un simple cuerpo rocoso formado por agua y piedras, es nuestra morada, el lugar que ha dado cobijo, alimento, y sueños para todo ser humano que en ella ha vivido. Debemos a la Tierra nuestro ser, y se merece un esfuerzo por parte de quienes más daño le están haciendo. Amemos a la Tierra, porque por muy rápido que avancemos en la carrera espacial, va a seguir siendo nuestro hogar. Y un hogar que no se ama es un hogar destinado a desaparecer.

He aquí un pequeño pedazo de este mundo; el lugar donde vive un hermitaño:



(Post publicado el 14 de octubre de 2005 en El hermitaño)

3.2.07

Galaxias, estrellas y el infinito.



Hoy traigo a esta morada blogera una imagen sugestiva; muestra no una región concreta del cielo... sino todo el cielo. Es una representación real de un millón de galaxias situadas allende la nuestra. Cada punto de la imagen, apenas distinguible, constituye una galaxia por derecho propio, un sistema galáctico como el nuestro o mayor aún. Si contásemos las galaxias a razón de una por segundo tardaríamos once días en terminar. Y, ojo, en la imagen están las galaxias más brillantes solamente. En el Universo conocido puede haber algo así como 100.000 veces más galaxias de las aquí mostradas, como mínimo.

100.000 millones de galaxias... y resulta que 100.000 millones de estrellas componen por término medio cada una de esas galaxias. ¿Multiplicamos? Bien, 100.000 millones por 100.000 millones da 10.000.000.000.000.000.000.000 estrellas. ¿Mareo? ¿Sí verdad? Vale, lo diré de otro modo: 10.000 cuatrillones de estrellas. ¿Seguíis mareados? Para que os hagáis una idea más clara: si contáramos una cada segundo, tardaríamos mucho más (pero mucho mucho más) que el tiempo de vida estimado para el propio Universo. O sea, al morir aún estaríamos realmente empezando a contar... .

O sea, y para resumir, que quien mire la imagen estará siendo testigo de una cantidad de espacio, tiempo y materia que excede (y excederá) nuestra comprensión cabal de este Cosmos, enorme y grandioso, en el que vivimos. Estamos viendo en realidad mucho más de lo que podamos contar, mucho más de lo que podemos medir, y mucho más de lo que podemos entender. Pero ahí está él, el Universo, indiferente ante nuestro aturdimiento.

"Hay más estrellas en el Cosmos que granos de arena en todas las playas de la Tierra" decía el bueno de Carl Sagan. ¿Entendéis ahora mejor cuál es nuestro lugar en el Universo? Uno de esos granos de arena es nuestro sol. Sólo uno. Sed conscientes, por tanto, de todo lo que nos espera allá afuera.

(Publicado en El Hermitaño el 28 de junio de 2005)

17.1.07

Una rosa cósmica


Posted by Hello

Situada en la galaxia M33, a unos 2,6 millones de años luz (el vecindario galáctico, como quien dice) este enorme rosa repleta de estrellas es una especie de criadero estelar, en el que las estrellas, rodeadas de jirones de gas, inician su recorrido por la galaxia. La mayoría son astros gigantescos, muy masivos, que explotarán en forma de supernova dentro de poco tiempo (unos cuantos millones de años, un suspiro para el Cosmos). Esas explosiones lanzarán al espacio todo el material que antaño creaba esas estrellas masivas, pero no será materia desperdiciada; al contrario, será aprovechada por otras nubes de gas para enriquecerse y poder formar planetas.

De modo que esta rosa gigantesca será la responsable de un paso extraordinariamente valioso y trascendental para la evolución del Cosmos; la transformación de simples átomos de hidrógeno y helio desperdigados en astros de luz propia y futuro prometedor. Después del nacimiento de las estrellas llegan los planetas; más tarde, quizá, la vida y, de manera improbable pero no imposible, tal vez la inteligencia, en última instancia.

Y todo surge gracias a rosas como esta... .

(Post publicado en "El Hermitaño" el 11-5-2005)