18.12.11

En línea recta



¿Quién, amigo mío, es capaz de subir al cielo?

Poema del Gilgamesh (III milenio antes de Cristo)

(Imagen: Un cohete Atlas 5 se eleva transportando la sonda Curiosity, que viajará hasta Marte; Crédito: NASA)

25.10.11

La grandeza del cielo



"Ya hemos hablado bastante de las causas auxiliares por cuyo efecto los ojos tienen la capacidad de ver. Ahora hay que hablar de la utilidad esencial de los ojos, por la que el dios nos los ha concedido... La vista ha sido creada para nuestro provecho. Si los hombres no hubieran podido ver el cielo, el sol y los astros, no tendrían ni idea sobre el mundo. En nuestro estado actual son el día y la noche, los meses, los periodos regulares de las estaciones, los equinoccios, los solsticios, todas estas cosas que vemos las que nos han permitido la invención del número, nos han proporcionado el conocimiento del tiempo y nos han permitido especular sobre la naturaleza del universo. De ahí hemos recibido esta especie de filosofía, que es tal que ningún bien mayor fue jamás ni será jamás concedido por los dioses a la estirpe de los mortales..."

Platón, Timeo, 47 b.

(Imagen: Tamas Ladanyi (TWAN))

16.10.11

Visiones infantiles



Es difícil olvidar esas primera veces que, siendo críos, miramos el cielo, percibiendo su presencia, su existencia, como algo que está ahí, distinto a nosotros, mucho más grande e infinitamente más misterioso.

Hay en ese inicial descubrimiento del Cosmos la marca del asombro. Hasta entonces el cielo no es gran cosa, no te fijas en él, no lo sientes como entidad trascendente a ti. Pero llega un momento en que, de repente, el firmamento se ilumina, adquiere forma, color y tamaño. Se hace transparente, no él, sino tu visión del mismo, quizá hacia los nueve años, o así. Reparas que allá arriba existe todo otro mundo, quizá el mundo de los mundos. Es todo un universo de posibilidades.

Notas un extraño hormigueo, un cosquilleo, como el que sentimos ante lo desconocido, fascinante y temible por igual. Y, entonces, ya no puedes olvidarlo. Las preguntas se acumulan, las respuestas de tus mayores no convencen; quieres saberlo todo, quieres abrazar el enigma, entenderlo y disolverlo.

Quieres ver más lejos, necesitas penetrar en la negrura, a la búsqueda de lo que haya allá a lo lejos: materia, energía, luz, lo que sea. Te cuestionas el por qué, te imaginas las maravillas que pueblan ese espacio aparentemente sin fin, y sueñas (lo sueñas siempre, despierto o dormido, es el sueño en mayúsculas…) con poder ir allí, con dar un pequeño paso hacia lo alto, abrirte camino a las estrellas.

Empiezas a pensar qué seres pueden habitar esos mundos distantes, planetas como la Tierra. Barruntas cómo pueden ser sus juegos, si tendrán escuelas, y si habrá niños extraterrestres mirando, al mismo tiempo que tú, el espacio y haciéndose las mismas preguntas. Hay un poder inconcebible en esta idea, la de que pueda haber otros seres pensantes allá a lo lejos. Es demasiado asombrosa para ser mera idea: debe ser cierta. Y es una idea que casi te hace llorar, por lo que implica, por lo que podría suponernos, a los terrestres, conocer a otro ser así…

La Vía Láctea es la revelación más espectacular que cualquier colegial puede hacer por sí mismo. Nunca esperas que algo “así” exista. La aparición de esa vastísima caterva de astros, innumerables, incontables, inagotables te deja sin aliento. Y esas nubes algodonadas brillantes, acompañadas por vacíos oscuros, como adheridas a un esqueleto cósmico ¿qué es todo eso? ¿De dónde ha surgido? Con la boca abierta y el cuello dolorido, te dejas llevar, y vas muy lejos… Pierdes la noción del espacio, y la del tiempo (mucho más tarde comprenderás que van unidas, como una pareja de baile…), y el universo te arrastra y enamora para siempre.

Al poco vuelves a controlar la situación. Apenas oyes unas voces que te llaman. Es mamá, que, desde dentro de casa, te pide que vayas a ayudarla a poner la mesa. Le gritas que bien, que enseguida vas. Haces caso a tu madre; pero al coger las servilletas y los cubiertos no puedes evitar mirar a través de la ventana de la cocina… Allí siguen, las estrellas: te guiñan, parecen sonreírte, te están diciendo algo. Ya sabes qué es.

Tus ojos brillan, mientras colocas los vasos sobre la mesa. Brillan casi tanto como las luces que acabas de descubrir, y que te acompañarán como amigas inseparables, también para siempre.

Ése es el Big Bang de tu particular universo. Acaba de nacer tu Cosmos.

Nútrelo como se merece, y nunca te defraudará.

Imagen: Tunç Tezel (TWAN)

9.10.11

La patria del hombre



Al filósofo presocrático griego Anaxágoras de Clazómenas (siglo V antes de Cristo) le amonestaron, en una ocasión, por dedicar demasiado tiempo a temas naturalistas y reflexiones cosmológicas, dejando en cambio al margen cuestiones de corte política o social. Había vendido toda su herencia para que otros se preocuparan por obtenerle rendimiento y, así, él pudiera dedicarse a meditar y pensar. Se le acusaba, a Anaxágoras, de esforzarse poco en mejorar la pólis, de menospreciar su patria. Pero Anaxágoras respondió, elevando su dedo hacia el firmamento: “Mi patria me importa muchísimo”...

Querían hacer de la patria anaxagorea algo limitado, cerrado, exclusivo. Pero él se sentía como un cosmopolita en sentido auténtico.

¿Nos sentimos hoy así, todos nosotros?

(Imagen: Stephane Vetter (Nuits sacrées)

5.8.11

Exploración y humanidad



Hay gente que opina que los costes de la exploración espacial son demasiado altos y sus recompensas insuficientemente valiosas. Porque aumentan nuestro saber, sí, pero no sirven para solucionar problemas sociales, curar enfermedades o erradicar la pobreza. Y, sin embargo, cualquiera que contemple una imagen como ésta, la de otro mundo girando alrededor del Sol con sus majestuosos anillos de polvo cortados finamente por las sombras, debería entender que la investigación del espacio es algo más que saber. Nos remite a un impulso ancestral de conocimiento, ciertamente, pero además nos permite un cambio absoluto de perspectiva en la forma en que observamos el Cosmos y a nosotros mismos.

El conocimiento que se desprende de toda exploración es importante, qué duda cabe, pero lo que se busca en realidad es un cambio, una transformación de nuestro pensamiento. En esa interrelación entre saber y revolución mental la exploración espacial juega un papel fundamental, porque sus hallazgos nos transportan hasta otra dimensión a la hora de concebir cuál es el lugar de nuestra civilización. Desde la conquista de la Luna, hace casi cuatro décadas, hasta esta foto de Saturno tomada por la sonda Cassini hace unas semanas, persiste un nexo común: el de ir más allá, para cambiar nuestra forma de entender el inmenso universo y, con ello, nuestra propia esencia humana.

Estamos viviendo en una época extraordinaria, de descubrimientos constantes y nuevas revelaciones acerca del universo, cada vez más fundamentales. Pero aunque no fuese así, aunque la exploración espacial no nos diera el camino a seguir en pos de un mayor saber intelectual, seguiría siendo vital para nuestra especie, y ello porque las sondas, las naves y estaciones espaciales y los ingenios humanos lanzados al espacio profundo nos permiten abrazar un enfoque radicalmente nuevo de quiénes somos, en relación al Cosmos.

Una única imagen del universo, como ésta de Saturno, nos sirve para entender por qué tenemos que explorar el espacio: una especie que no avanza hasta el más allá está sentenciada a muerte. E ir más allá significa, sin más, dejar atrás lo ya sabido, aquello que nos ha hecho humanos, y dar otro paso hacia lo imposible. Hace tan sólo unas décadas, una imagen como la de Saturno era una tarea más allá de nuestras posibilidades. Hoy es pura rutina.

El cambio de perspectiva es lo que debe movernos, más que el provecho práctico de nuestra exploración. A la larga, dicho cambio puede significar, gracias al estudio del Cosmos, nuestra propia supervivencia, por ofrecernos una visión del verdadero lugar y trascendencia de nuestra especie; esta nueva concepción tendrá como núcleo nuestras diferencias dentro de un marco humano común, unido ante la diversidad del Cosmos y su indeferencia ante nuestro propio destino. Esa unidad humana es, justamente, la que hoy más que nunca necesitamos. Y quizá sea la exploración espacial la que nos la proporcione.

(Publicado en El Hermitaño, el 7 de marzo de 2007)

14.6.11

Algodón de azúcar



Hay una música extraña entre las estrellas. No la oímos, porque sólo se difunde en el negro espacio, donde la escuchan seres ignotos de ensueño, pero es real. Tanto como el murmullo de un petirrojo recién nacido, o la cacofonía de un volcán en erupción. No emite nota alguna, empero, aunque si aguzamos el oído (interior, se entiende), es posible que percibamos su tono.

¿Qué canta, esa música? A través de los eones del tiempo cósmico y la extensión ilimitada del terreno universal, creo que nos sugiere una de esas verdades grandiosas que tanto nos gusta buscar, y que nunca logramos hallar. Nos habla de nosotros mismos, aunque en términos ininteligibles, ajenos a la capacidad racional de cerebros humanos. ¿Cómo entenderla, pues, cómo poder apreciarla? Dejándose llevar, buscar el rincón oscuro, abriendo bien los ojos (y, aquí también, los de dentro), y, mirando hacia arriba, sentir, percibir, enamorarse de lo que se sostiene allá, sobre nuestras testas, adhiriéndose a la magnífica estructura de la creación.

Pero, "¿de qué puñetas habla este tipo?", se preguntarán algunos (espero que no muchos...). Yo no puedo decir mucho más; ni tampoco serviría de mucho. Hay que probar, y comprobarlo. ¿Quien, al contemplar una belleza tan sensacional como la de la fotografía, no siente un estrecimiento, una sacudida que brota de sus entrañas y alcanza cada fibra de su ser, lanzándole a la aventura del vacío, la existencia, el futuro y la historia?

Es que ahí está todo. TODO. No me refiero a la materia, que también (es nuestra realidad básica, intrínseca, la que nos permite tomar forma e interactuar con el mundo de aquí y ahora); mas, entre ese algodón de azúcar gigante (al que me entran ganas de darle un buen bocado...), se esconde un pequeño secreto. Lo tenemos delante, y no lo comprendemos. Lo vemos, y se nos escapa. ¿Qué es?

Yo no lo puedo decir, repito. Sólo sugerirlo. Y que con ello baste.

Miraos, contemplaros, estáis allá arriba.

¿Os véis?

(Imagen: ESO/Danish telescope, La Silla (Chile, R.Gendler, J.-E.Ovaldsen, C.Thöne, C.Feron)