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21.7.09

Cuando llegamos allí



Entonces apenas sabíamos nada.
Era un reto arriesgado; una locura racional.
El sueño era milenario; la posibilidad real, una quimera.
Pero hace cuarenta años fue hecho realidad.

Ignorantes, osados, incluso temerarios.
Nos lanzamos al océano de espacio vacío.
Fuimos allí, palpamos la tierra nunca hollada.
Y regresamos para narrar la épica vivida.

Pero aquello, cuatro décadas atrás, sólo fue el principio.
La amiga de rostro luminoso continúa aguardando.
Porque seguimos ansiando pisar el polvo de otro mundo.
Volveremos a ella, e iremos mucho más allá.

La Aventura (el Cosmos) no ha hecho más que empezar.

31.1.09

"Cambio climático y medios de comunicación: la necesidad de un marco sereno de divulgación científica"

Vivimos en la era de la información, en una etapa del saber científico sin precedentes y con unos recursos divulgativos como jamás han existido. Disponemos de los medios necesarios para explicar a las personas todo lo relacionado con la ciencia, el conocimiento del mundo y sus maravillas. Es una época en la que la sociedad mejor puede recibir de los científicos y los escritores divulgativos el legado de siglos de curiosidad e investigación acerca de la naturaleza. Es, por tanto, un tiempo magnífico para aprender y enseñar ciencia. Sin embargo, también es el momento propicio para que, algunos, aprovechen el prestigio y el valor de la ciencia con el fin de manipularla y que sirva a sus propios intereses. Y esto puede ser peligroso, porque puede confundir y desorientar a quienes sienten atracción por los grandes temas científicos. Tal vez sea en la cuestión del cambio climático donde más pueda advertirse esto.

Partamos del hecho, totalmente obvio, de que el clima sólo lo comprenden razonablemente bien los científicos dedicados a la climatología. Por tanto, debería ser a ellos a quienes acudiéramos para hallar la información más veraz acerca del cambio climático. ¿Cómo hacerlo? Fundamentalmente, a través del IPCC, o Panel Intergubernamental del Cambio Climático, un consorcio científico internacional que, auspiciado por Naciones Unidas, aglutina a la mayoría de expertos en climatología y otras ramas científicas afines. Desde el IPCC se nos dice, en primer lugar y entre muchas otras cosas, que la temperatura global del planeta ha aumentado en 0,6º C en sólo los últimos treinta años, y alrededor de 0,8ºC desde principios del siglo pasado. En segundo lugar, se advierte que, en buena parte, el responsable de ese incremento ha sido la actividad humana, por medio de la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera que tienden a acentuar el efecto invernadero. Y, en tercer lugar, basándose en sus modelos climáticos informatizados, se predice que la temperatura planetaria en 2100 podrá aumentar, en promedio, unos 2,4º C respecto a los valores actuales. La primera de las afirmaciones es irrefutable, por lo menos en cuanto a las temperaturas superficiales; la segunda algo más discutible, sobre todo a la hora de determinar hasta dónde es responsable, dentro de la corriente al alza de las temperaturas, la mano del hombre, si bien no cabe duda de que afecta al sistema climático; mientras que la tercera es fruto de una modelización de los distintos parámetros que constituyen el funcionamiento del clima, modelización que sólo podemos entender como plausible, pero no como una certidumbre absoluta (entre otros motivos, porque aún no comprendemos completamente el forzamiento radiativo de las nubes y los aerosoles, el ciclo geológico del carbono, los entresijos de la Corriente del Golfo, etc.).

Por tal motivo existen, naturalmente, voces disidentes y científicos que no se avienen, en relación a las dos últimas cuestiones, con los resultados pronosticados. O bien creen que la influencia humana es menor de lo sospechado, o que las consecuencias y efectos del cambio climático a largo plazo serán menos dañinos en términos generales. Este desacuerdo, en todo ámbito científico, es provechoso y saludable; la discusión de ideas encontradas es la semilla de la ciencia, de las que brotan posteriormente frutos en forma de conocimiento y nuevos saberes. Muchas veces, este antagonismo intelectual allana el camino hacia la verdad y produce resultados inesperados. Sin embargo, en lo referente al cambio climático los medios informativos acostumbran a presentar a los escépticos como sujetos poco honestos, favorecidos económicamente por empresas multinacionales y dedicados a vender entelequias con un fin egoísta y lucrativo. Esto ocasiona un daño terrible a la ciencia, porque mancilla la dignidad de investigadores cuya honradez, como cualquier otra persona, no puede ponerse en duda a no ser que se demuestre fehacientemente lo contrario. Y esto siempre a posteriori, nunca a priori, como se está haciendo, sin embargo, en demasiadas circunstancias y desde demasiados medios.

La cuestión del maltrato a los disidentes llega a extremos dantescos por parte de ciertos sectores, como algunas colectividades ecologistas, lo cual es grave aunque no demasiado sorprendente, o incluso desde púlpitos con carácter científico o ligeramente político, lo cual no sólo es grave y sorprendente, sino inaceptable. Un ejemplo lo hallamos en Al Gore, reciente premio Nobel de la Paz (galardón compartido, precisamente, con el IPCC). Pese a que no podemos recelar de sus buenas intenciones, su desprecio a los escépticos (como botón de muestra, sus declaraciones acerca de equipararlos con quienes niegan la llegada de los tripulantes de las misiones Apolo a la Luna, o también, los que siguen creyendo que la Tierra es plana) es desafortunado, incomprensible y grosero. Los científicos siempre pueden dudar de las conclusiones de otros colegas suyos, solicitando argumentos, pruebas y observaciones que respalden sus opiniones. Pero resulta imprescindible hacerlo desde el respeto y la tolerancia hacia quienes no comparten nuestras posturas. Otro caso, por citar alguno famoso, es el de James Lovelock. Si bien se trata de un reputado científico, también es un ecologista convencido; tal vez por ello sostiene que «quizá la estridencia de los escépticos sobre el calentamiento global oculta su miedo a estar equivocados». Posiblemente lleve razón, pero son también muchas las ocasiones en que parecen ser más estridentes y alarmistas, precisamente, aquellos que sostienen la actitud contraria a estos. Para ejemplo, la del presidente del IPCC, R. K. Pachauri, quien no dudó en esperar, del último informe de este Panel (2007), que este provocase una «conmoción» en la gente, lo cual sería favorable para que los gobiernos, quienes supuestamente representan al pueblo, iniciaran políticas más agresivas para la reducción de la emisión de los gases de efecto invernadero, entre otras medidas. Tal vez sea útil y conveniente ejecutar estas reducciones de las emisiones, o tal vez no, pero no corresponde al IPCC inclinar la balanza hacia ninguna de las dos posibilidades. Su cometido, de hecho, como el mismo Panel afirma, es la de ofrecer, y esto ya es suficientemente importante, una información neutral, sin predisposiciones ni favoritismos.

Las deficiencias en nuestro entendimiento del clima y las discrepancias de los detalles científicos sobre el calentamiento global no debe evitar reconocer, sin embargo, que sabemos lo suficiente para establecer unas líneas maestras que, a grandes rasgos, nos indiquen cuál va a ser el ambiente futuro de la Tierra. Las previsiones, desgraciadamente, no son buenas ni económica ni socialmente. Estas sugieren, en efecto, que habrá que reestructurar nuestros modos de vida, reducir ciertos excesos de consumo y apostar por energías renovables, en la medida de lo posible para satisfacer las demandas energéticas de la población. También padeceremos un intenso estrés hídrico, además de otras penurias como elevación del nivel de los mares, quizá huracanes más violentos, más inundaciones y un aumento de los casos de malaria y pobreza, además de un incremento notable del hambre en los países subdesarrollados, aunque esto no sea únicamente responsabilidad del cambio climático.

Las secuelas de dicho cambio climático van a ser probablemente una realidad aunque hagamos algo, ya mismo, en cuanto a las emisiones de dióxido de carbono. La cuestión radica en saber si, por medio de ciertas acciones, podremos atenuar su impacto futuro. Una de las propuestas es la del Protocolo de Kioto, establecido en 1997 como marco internacional para la reducción, en un porcentaje de poco más del 5% en relación a las emisiones de 1990, de los gases causantes del efecto invernadero. Es una valiente ambición, pero no parece demasiado factible, sin embargo, que un descenso tan exiguo vaya a atajar el aumento de temperatura de forma efectiva ―se cree que, en todo caso, podría reducir la temperatura global en unos 0,2ºC en 2100, por lo que habrá aumentado 2,2ºC, en promedio, en lugar de los 2,4º originales―. No obstante, el Protocolo podría ser beneficioso siempre que los costes de reducción de carbono fueran proporcionados y asumibles para las economías de los países implicados, y sus consecuencias claramente favorables para la industria, la sociedad y sus ciudadanos. Pero esto no resulta fácil de calcular, y los muchos factores en juego dificultan una valoración a tan largo plazo de sus costes y beneficios. Quizá haya alguna otra forma, más efectiva, de mejorar el medio ambiente sin ahogar los recursos de las naciones. Hay que continuar investigando.

Mas la controversia en torno al cambio climático no está centrada tanto en los asuntos puramente científicos o en las decisiones políticas tomadas a raíz de ellos, que como hemos visto existen y deben ser debatidos y contrastados por los especialistas, como en su difusión pública. Hemos llegado a un punto en el que los medios de comunicación, ávidos de noticias sobre catástrofes, muertes y destrucción, están invadiendo el terreno de la ciencia para apropiarse de sus hallazgos y presentarlos al mundo con talante alarmista y aterrador. Es obvio que estamos haciendo mal las cosas, que contaminamos, devastamos y arruinamos el entorno, que estamos añadiendo a la atmósfera nueva química y esquilmamos los recursos naturales. Todo esto es grave y nos está dando muchos problemas, pero es algo que puede tener solución, siempre que seamos lo suficientemente inteligentes para ponerla en práctica. No obstante, un aumento de 2,4ºC en la temperatura global en el próximo siglo, que es lo que auguran los pronósticos científicos, está lejos de producir el escenario apocalíptico y terrorífico de una Tierra sumida en un infierno de calor, aridez y conflictos. Habrá dificultades, naturalmente, a las que deberemos hacer frente, pero nada que quizá no pueda resolverse.

Por este motivo, la falta de transparencia y objetividad que presentan los medios como periódicos y televisiones, la escasa formación científica de los periodistas y la tendencia, cada vez más acusada, hacia el sensacionalismo y el amarillismo en relación al cambio climático, no están ayudando a su comunicación pública y objetiva. Son infinidad las noticias con tintes catastrofistas, pero muy pocas las que hacen referencia a predicciones optimistas o menos graves, y no debido a su inexistencia, sino a su carácter templado y no alarmista. Mientras se entienda al cambio climático como una fuente de noticias impactantes y no como un tema en discusión científica permanente, evitando exagerar y dramatizar en exceso, los medios periodísticos desprestigiarán y alterarán su contenido en beneficio propio. Cuanto peor son las noticias, afirma Bjorn Lomborg, más venden los medios de comunicación, «y el clima se vende particularmente bien».

En sus escritos y comunicaciones los ejemplos ya citados de Gore y Lovelock también destilan, regularmente, ese aliento catastrofista y apocalíptico, bastante ajeno a las previsiones científicas del IPCC. Es el caso del reciente libro de Lovelock La venganza de la Tierra, que nos presenta un futuro abocado a la destrucción y al exterminio, en donde, «antes de que termine este siglo, miles de millones de nosotros moriremos [por causas derivadas del calentamiento global]». Gore, por su parte, afirma que el nivel de los mares, en este siglo, puede aumentar hasta en seis metros si se deshiela la mitad de Groenlandia y la Antártida. Sin embargo, el IPCC, en su informe de 2007, sostiene que la subida será sólo de 58 centímetros (lo que, sin duda, causará importantes apuros en algunas regiones del planeta, que habrá que enmendar), y que es altamente improbable que las dos mayores masa de hielo del planeta tengan una pérdida tan acusada en su volumen. Así, vemos la existencia de una discrepancia entre la información suministrada a la población por los medios (sean periodísticos o divulgativos) y la proporcionada por las fuentes científicas (independientemente de la postura adoptada ante el calentamiento global). Y vemos también que expresiones altisonantes de este tipo, dramatizadas e inexactas, no refieren una realidad plausible; sólo un escenario altamente improbable producto de una generosa exageración de las previsiones climáticas. En consecuencia, prestan un flaco favor a la divulgación científica seria de un tema tan relevante en el panorama cultural actual como es el cambio climático. Si acaso, forman parte mucho mejor de un lenguaje publicitario, que trata de vender y persuadir, no de un estilo científico que presenta un contexto de investigación rigurosa. Naturalmente, en la descripción de los resultados de toda exploración de la naturaleza son necesarios, en ocasiones, términos algo enfáticos y graves, y más aún si están referidos a las consecuencias hipotéticas del cambio climático a largo plazo. Sin embargo, ello no soslaya que muchas de las fórmulas empleadas en el ámbito del calentamiento global posean más de retórica y afectación que de verdad científica.

Por ello parece más necesario que nunca un nuevo marco sereno y sensato de divulgación científica, marco en el que puedan difundirse los resultados y los estudios científicos sin temor a que estos sean permanentemente alterados, no sólo en su presentación al público, sino incluso en lo radical de su contenido. El IPCC es un buen paradigma de ello, pese a sus ocasionales errores (el gráfico del palo de hockey, por ejemplo) o sesgos. Tratemos de evitar el catastrofismo. Eliminemos el dramatismo y la mención a futuros apocalípticos y sustituyámoslos por una comunicación ecuánime e imparcial. Pero, al mismo tiempo, hagamos saber también que el cambio climático puede muy bien ser una realidad irrecusable, y que es absurdo quedarnos de brazos cruzados. Estamos haciendo mal las cosas y hay que actuar. Sólo queda por decidir hacia qué dirección, con qué medios y hasta dónde estamos dispuestos a llegar.

Sin embargo, debemos hacerlo. Debemos, todos, científicos y divulgadores, esforzarnos por lograr ese difícil objetivo que es brindar a la sociedad una información lo más veraz, estricta y despojada en lo posible de dramatismos innecesarios. Cualquiera de nosotros puede equivocarse, puede dejarse llevar por el entusiasmo o los apegos a favor de una postura u otra. Es normal, somos humanos. Pero los extremos son, como ya sabía Aristóteles, desacertados, y en toda discusión debe privar el respeto y la consideración por el otro; la templanza nos permite contemplar los hechos con mayor agudeza y profundidad. Las personas, además, se merecen la mejor educación, y pueden (es más, deben) exigir información objetiva y alejada de atavíos retóricos.

La tarea es compleja. Pero la recompensa es inestimable: construir una sociedad crítica, capaz de discriminar entre sensacionalismo y ciencia, y cuyos miembros tengan acceso a un saber que les hará más libres, al disponer de todas las opciones y alternativas en el continuo discutir de los temas científicos.

Podemos y sabemos hacerlo. No perdamos más tiempo.

20.2.08

Eclipse total de Luna, en la madrugada de hoy



Hoy, a partir de la 1:45 de la madrugada, recibiremos otro regalo mágico del cielo. Hacia las cuatro y media, tras un intervalo de oscurecimiento lunar, quien pueda y quiera verá a nuestra Luna teñirse de un color rojo intenso, como el de la fotografía.

El progresivo oscurecimiento del disco lunar es consecuencia del paso de éste justo por el cono de penumbra. La fase de la totalidad se inicia cuando el disco penetra en la propia sombra de la Tierra, como se ve en la figura siguiente.


(Astroenlazador)

Lástima que en buena parte de España, y desgraciadamente también por las tierras mediterráneas, las nubes no van a favorecer la observación de este espectacular evento. Quizá podamos, al menos, vislumbrar la metamorfosis cromática de la Luna a través de un manto nuboso parcial, a modo de fantasmagórica visión nocturna. Tal vez las nubes ofrezcan una perspectiva más evocadora y sugerente del fenómeno...

Aprovechemos la oportunidad. No podremos disfrutar otra hasta 2010.

Más información:

El cielo del Mes
Astroenlazador

3.3.07

El regalo de Selene: Hoy, eclipse de Luna



Hoy día 3 de marzo tendremos ocasión de ver un eclipse total de luna. Este tipo de fenómenos se producen al alinearse, en este orden, el Sol la Tierra y la Luna. El cono de sombra generado por la Tierra incide directamente sobre el disco lunar, y el resultado es el oscurecimiento paulatino de nuestro satélite, que puede llegar a ser parcial afectando a una región del disco de la Luna, o total, si abarca la totalidad del mismo. Tenéis mucha información en otras páginas (como ésta, por ejemplo), donde podéis conocer a qué horas de desarrollarán las diversas fases del fenómeno.

Yo, como buen hermitaño, subiré a una colina para contemplar el fenómeno en soledad, acompañado por el croar de los sapos y las serenas estrellas , en lo que se presume será una noche cálida y tranquila.

Quien tenga la suerte de sentir un aliento cálido a su lado mientras observa cómo la Luna adquiere un tinte rojizo, mucho mejor. Este tipo de acontecimientos deberían ser disfrutados en compañía si es posible, pero también son saludables en la quietud de la soledad. Sólo tú y ese ser abstracto y complejo que llamamos Universo.

Hacia la medianoche de hoy, guardemos silencio, apaguemos las luces y dejemos que el Cosmos entre en acción.