3.11.06

Recuerdos de infancia



Vagar por el Universo sin rumbo fijo es pura aventura. Recuerdo mi infancia cuando, buscando con ahínco la aparición de OVNi's, empezé a aprender las constelaciones, casi sin querer. Pero no eran las constelaciones verdaderas, sino las creadas por mí mismo; reconocía triángulos, formas más o menos rectangulares, agrupaciones de estrellas, líneas convergentes, etc. No era dificil, por aquel entonces, porque la imaginación infantil es propensa a inventar por sí misma.

Después vi en un libro sobre el cielo cuáles eran las constelaciones que, desde hacía milenios, la gente había ido imaginando. Y resultó que, en algunos pocos casos, eran similares a las que yo había "descubierto". Entonces entendí (mejor dicho, no lo entendí en absoluto, pero creo que algo sí llegué a intuir, al menos muy superficialmente), que aunque el cosmos se nos refleje a cada uno de formas distintas, en nuestra mente subyacen patrones comunes, sin importar la época, la cultura o nuestra voluntad. Sentimos dentro de nosotros al universo, no como algo externo, sino como parte de nuestra propia esencia.

Como la nebulosa, fantasmagórica, que hoy mostramos (SH 2 136), la vida está llena de luces y sombras, de momentos vagos, indefinidos, que uno apenas recuerda, y de brillantes evocaciones, que nos hacen felices y estimulan cada vez que las rememoramos. Aquellos momentos en que miraba el cielo a la espera de contactar con hombrecitos verdes y naves capaces de superar la velocidad de la luz, mientras tiritaba de frío y anhelaba el confort de mi cama, se han convertido, con el tiempo, en esos intantes que uno conserva como los que marcaron el inicio de tu propia persona, que te han guiado, casi sin saberlo, hasta ser lo que hoy eres. Sin el Cosmos, sin haberlo explorado, de esa forma primeriza e ingenua, no estaría escribiendo esto (obvio, por otra parte), ya que, sin el Cosmos, tal vez no hubiese sobrevivido.

El Cosmos, sí, me salvó.

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