28.10.06

Destellos en el horizonte



La luz palpita en todos los rincones del Universo; en la Tierra, gracias a nuestra transparente atmósfera, podemos ser testigos del resplandor que baña nuestra morada cósmica. Echando un vistazo al cielo percibimos la importancia de la luz: luz quieta y estable de planetas hermanos al nuestro; luz vibrante e insegura de astros lejanos, hermanos a su vez del Sol; relámpagos esporádicos y esplendorosos, que iluminan el firmamento por un instante y se desvanecen, tímidos, entre la oscuridad de la noche; cortinas luminosas de colores, como la de la imagen, producto de reacciones químicas entre partículas solares y terrestres; y muchas otras formas de luz que nos informan y aportan saber sobre el Cosmos.

Sin luz no existiríamos, no seríamos más que materia inerte en un Universo opaco, triste y jamás observado. La luz del Sol, en poderosas ráfagas ultravioletas, estimuló las aguas poco profundas de los mares terrestre primitivos, creando moléculas orgánicas a partir de las cuales la vida entraría en la escena planetaria poco tiempo después. Hoy, de nuevo, sin la luz del Sol la biología en la Tierra se marchitaría, desapareciendo y quedando tan sólo restos materiales a la deriva.

La luz, tanto si es visible o no, ha dado forma al Cosmos, Cosmos que vemos gracias a la luz, y cuya luz es la responsable de nuestra presencia en el Cosmos. Es decir, la luz enlaza la materia, la vida y la consciencia.

Es el único nexo total en el Universo.

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