La sonda espacial Voyager 1, lanzada en 1977, está ahora casi casi en el límite mismo del sistema solar. Es el primer artefacto humano que ha llegado tan lejos (estamos hablando que 14.000 millones de kilómetros le separan del Sol; en comparación, la Tierra está sólo a 150 millones).
¿Y qué? Bien, no es moco de pavo que nuestra humilde civilización haya podido lanzar, controlar y mantener un ingenio de esas características a tanta distancia. Pero, además, está el hecho sorprendente, para quienes aún no lo habían pillado, que el límite del sistema solar (o, al menos la zona donde su influencia empieza a ser menor) implica que la Voyager dentro de poco será una nave interestelar, no sólo interplanetaria, como hasta ahora: comenzará, por fin, su viaje a través de las estrellas.
Es como si saliéramos por vez primera del cascarón, del caparazón protector que el Sol significa para todos nosotros. Más allá de donde su acción pierde efectividad está el espacio vacío, frío y hostil. La Voyager inicia por tanto una nueva etapa de su recorrido, lejos del amparo solar. Qué le sucederá a partir de entonces es una incógnita, aunque tardará muchos miles de años (quizá millones) en acercarse a alguna estrella.
La Voyager 1, hacia lo desconocido
En el trayecto silencioso, mientras surca el mar galáctico, la Voyager quizá tenga la suerte de tropezar con algún navío espacial o una pequeña nave de reconocimiento de otra civilización. Entonces habrá un momento mágico, del que nadie de nosotros tendrá noticias inmediatas, cuando dos ingenios producto de mentes muy diferentes y alejadas tal vez mucho en la escala evolutiva se encuentren. La Voyager 1 lleva un disco con informaciones variadas sobre el ser humano y nuestra posición en el Cosmos. Es posible que ese encuentro fortuito entre dos artefactos tecnológicos sea el comienzo de una nueva era de la Humanidad, pero aún deberemos esperar para que ello suceda.
Lo que no quiero imaginarme es que la Humanidad quede muda, por su propia estupidez, antes de que ese momento mágico se haga realidad. Sin embargo, no hay muy buenas perspectivas según lo que estamos viendo en los últimos años. La Voyager 1 es un trozo de hierro, metal y componentes electrónicos que ha aportado mucho al ser humano; a partir de hoy tal vez su aportación sea aún mayor, porque es nuestro primer abanderado en la exploración de las estrellas, el mensajero de una humanidad sorprendente, maravillosa y frustrante al mismo tiempo y que, con el ejemplo del Voyager, muestra al Cosmos el deseo de los habitantes de la Tierra por conocer sus orígenes y su destino.
La Tierra (el punto azul), vista desde la Voyager
(Publicado en El Hermitaño
el 3 de junio de 2005)
2 comentarios:
Sí que nos vemos pequeños e insignificantes. Y aún así nos consideramos centro del Universo.
Así es, compañero.
Un saludo.
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