14.1.09
Cerca, lejos y más allá
Vagamos en medio de una gran oscuridad espacial; sólo la rompe, en las cercanías, la presencia del Sol. Si él no existiera, obviamente, no estaríamos aquí, pero tampoco habría aparecido la vida, ni siquiera los depositarios de esta, los planetas. Hace miles de años, en los remotos orígenes de nuestra civilización, cuando los palos y las piedras eran útiles prácticos y eficientes, ya sabíamos que de la brillante estrella amarilla procedía todo: vida, materia y consciencia. Fue el primer dios en ser adorado, la primera deidad en cuya veneración los humanos confiaron su destino. Muchos filósofos de la Grecia clásica, más de dos mil años atrás, empezaron a estudiar el Sol para conocer algunas de sus características; las primeras en descubrirse fueron la distancia y su tamaño. Resultó que el Sol, sólo una estrella entre muchas, era más grande que la Tierra y se hallaba más lejos de lo que jamás habíamos soñado. Esto fue el principio para cambiar mucho de lo que presuponíamos del Universo.
Hoy en día ignoramos al Sol; es lógico, porque hoy en día ignoramos casi todo. Nuestra vida diaria nos deja poco tiempo para reflexionar, para meditar acerca de los cambios que han supuesto ciertas transformaciones de nuestro saber. Al mismo tiempo, parece que la Tierra se nos ha quedado pequeña; la tecnología permite ya a varios de nosotros (los ricos muy ricos...) abandonar la Tierra por un tiempo, a modo de astronautas aficionados. Es una experiencia que puede cambiar, a su vez, toda nuestra vida. Viajar hasta más allá queda limitado al futuro, quizá lejano. Acercarnos a las estrellas es un deseo comprensible pero muy complejo. Si queremos llegar a las orillas de otros mundos extrasolares, deberemos superar muchas barreras que, hoy por hoy, son insalvables.
El Sol marca el primer límite de nuestro espacio cercano; escapar de su influencia es el paso imprescindible para emanciparnos de su luz y energía. Me imagino a aquellos que, dentro de un tiempo indefinido, echen un vistazo hacia atrás y contemplen los últimos resplandores del Sol, perdido entre un mar de estrellas y vacío; roto el lazo, por fin, quedamos libres para ir en busca del infinito.
(Publicado en El Hermitaño el 21 de diciembre de 2005)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario